Si, 35,12-14.16-18; Sal 33; 1Rm 4,6-8.16-18; Lc 18, 9-14

Los pobres de Yahvé, esos son sus preferidos. Oye sus gritos, que atraviesan las nubes, hasta alcanzar a Dios no descansan, sus penas consiguen su favor, el juez justo le hace justicia. Y el salmo insiste, si el afligido invoca al Señor, él lo escucha. Porque él siempre está cerca de los suyos, de los atribulados, siempre salva a los abatidos y redime a sus siervos. Quien se acoge a él, ¿cómo habría de ser castigado? Imposible, sus entrañas son de misericordia. Así pues, si he mantenido la fe, si he combatido bien mi combate, asistido por la fuerza del Espíritu que habita dentro de mí, me aguarda la corona merecida, la que me ha merecido Jesús muriendo en la cruz por mí, por mi culpa, es verdad, pero también para mí, para mi salvación. El Señor me ayuda y me da fuerzas para anunciar íntegro el mensaje al que nos acercamos gritando: creemos.

Lucas siempre con esas singularidades maravillosas: el publicano bajó a su casa justificado. Se le removía el corazón, por muy pecador que fuera, cuando se acercó al templo a orar; orando en pura vergüenza, escondiéndose detrás, al fondo, sin atreverse siquiera a levantar la cabeza, golpeándose el pecho. ¡Oh Dios!, ten compasión de este pecador. Y al Señor siempre, pero que siempre, se le ablanda el corazón cuando alguien implora su misericordia. Porque la gloria de Dios es la misericordia, esa misericordia distribuída a manos llenas a todo el que se lo pide, en sobranza infinita. Acecha desde la azotea la vuelta del hijo pródigo, para que, con el corazón volcado a la piedad y la ternura, baje de ella y corra a echarse en los brazos del hijo menor.

El fariseo, en cambio, subió al templo para ponerse allá con toda su prosopopeya, adelante, mientras que, erguido, oraba al Señor en su interior. Mecachis, qué guapo soy; mírame, Señor, y lo verás. Cumplo con creces todo lo cumplible, toda regla y mandamiento, no como ese desgraciado pecador que, detrás, llora su nefasto y perpetuo incumplimiento. ¿A dónde irá?, ¿por qué tendrá la osadía de venir aquí a este lugar santo en que solo los puros como yo tienen acceso? Asombra la caracterización de Jesús en tan pocas palabras de dos actitudes, de dos maneras de ser y de acercarse al Señor. Lo comprendemos a escape. Por eso, entendemos a la perfección el comentario de Jesús. Nosotros, caso de ser preguntados, como lo somos, no podríamos responder otra cosa que él. Este bajó a su casa justificado, y aquel no. Lo que los ha distinguido es la actitud de fe de uno, que sigue confiando en su Dios hacia el que sube para, comprendiendo a la perfección quién es, cómo está alejado brutalmente de él por su comportamiento, humillarse ante su Señor; no es otra cosa que pecado, pero grita a la misericordia del Señor, quien lo escucha y le atiende en su misericordia, transformando por entero su vida, que ya, pues justificado, no será vida de pecado. El otro, el fariseo… todo lo cumple, pero es un cumplirse a su sí mismo ennegrecido por el orgullo más desaforado. Mírame, mírame, que yo sí me lo merezco. Con una escena de tan pocas palabras, Jesús hace que nos dé arcadas la posición de uno, y nuestro corazón se asemeje por entero al pobre pecador allegándose al Señor mientras pide misericordia. Este es el que salió justificado. Dios le regaló su justicia, junto a su misericordia.