Rm 8,18-25; Sal 125; Lc 13,18-21

Porque esa plena manifestación no es solo la que nosotros aguardamos, sino, a nuestro través, es la que aguarda con gran expectativa la creación entera. Razón tenía san Francisco de Asís cuando predicaba la Buena Nueva a pajaritos del aire y pececillos del río. ¿Pasamos por sufrimientos?, nos pregunta san Pablo, bien, sea, pero nada comparable a la gloria que un día se nos descubrirá. La creación, que aguarda tan expectante, viéndonos, sabiendo de nuestro comportamiento, quedó frustrada, ciertamente, no por su propia voluntad, sino por quien, contando con nosotros, la sometió. Por eso, la alegría de pajarillos y pececitos al oír la Buena Noticia: cabe la esperanza de que la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción en que la habíamos encerrado, para entrar, ella también, en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Y prosigue este genial Pablo, sabemos que hasta hoy la creación gime con dolores de parto. Qué poco nos hemos preocupado de la creación, como si fuera algo que viene dado de sí; como si en lo cósmico no hubiera designio de libertad de Dios; como si ella fuera no más que un mecanicismo artificial; como si la vida estuviera ausente de ella; como si su relación con nosotros fuera de uso, de mera esclavitud de algo que es artificialidad sin importancia; como si nosotros no hubiéramos dado nombre a cada uno de sus componentes, marcando la dependencia que tienen de nosotros, porque nosotros buscamos conocerla, pero, muy desgraciadamente, la hemos querido usar y tirar. Por eso, ella grita con dolores de parto, pues algo está naciendo también en ella, bajo la fuerza del Espíritu. ¿Ella gime?, pues, también nosotros gemimos en nuestro interior, aguardando la hora de ser hijos de Dios, redimida nuestra carne. En-esperanza, una esperanza que no llega a verse, estamos salvados, pues si se poseyera, ya no sería esperanza. Así pues, esperamos lo que todavía no vemos, aguardando con perseverancia. Geniales palabras de san Pablo, palabras construidas en gerundio, insertándonos en ese movimiento de vida y esperanza que se nos da en el Espíritu.

Eso es el Reino de Dios; en él estamos. Siguiendo la forma verbal de Pablo, en él estamos comenzando a ser. Estamos siendo insertados en ese Reino, que no es cosa nuestra, sino de Dios. Es poca cosa por ahora, un grano de mostaza, una pequeña porción de levadura, pero suficiente para que toda la masa fermente. Somos pequeñez que va creciendo y en la que los pájaros podrán venir a anidar. Apenas una nonada que excita la creación entera viviendo la Buena Noticia y predicándola a todas las criaturas. Casi todo lo importante se confunde con una nonada, como el punto cósmico, la roca en lo alto del monte y el travesaño del madero, lugar y material con la que se configura la cruz, punto de realidad, apenas una nonada mirando el cosmos entero, pero punto en donde la carne del Hijo se entrega por nosotros y desde el que se nos anuncia la redención del pecado, y del estado absurdo de pecado en que dejamos a la creación entera. En el lugar imperceptible, una nonada en apariencia en donde se nos dona el cuerpo de Cristo de cuyo pecho traspasado sale sangre y agua, surge a borbotones una historia nueva, la nuestra, sí, claro, pero también la de la creación cósmica, una historia que había comenzado con el anuncio del ángel a María, la cual nos toma haciéndose historia nuestra. La historia del reinado de Dios.