Lm 3,17-26; Sal 129; Rm 6,3-9; Jn 14,1-6

¿Bienaventurados? ¿Lo podemos decir de todos?, ¿lo podrán decir también de nosotros? No estoy seguro de que así sea; por eso, hoy oramos a Dios para que perdone a todos sus faltas y pecados y les abra, y nos abra a nosotros cuando llegue el momento, las puertas de su Reino. ¿Tendríamos méritos nosotros para ello? Ayer veíamos que ni los santos que están en el cielo vivían de esos sus propios méritos, ¿cómo íbamos a disfrutarlos nosotros ya desde ahora? Entonces, ¿qué?, ¿dejaremos que quienes nos han precedido estén en el pudridero, a donde iremos nosotros cuando nos llegue el momento del fin? ¿No podremos vivir en-esperanza ya desde ahora? ¿Esperanza en mis propios méritos? Por Dios, qué dices, no los tengo, no los voy a tener, como no sea que me aferre a los sobrados méritos que Jesús me regala desde la cruz, en la que muere por mí y para mí, por nosotros y para nosotros, por todos y para todos. Por eso, esperaré, esperarás, esperaremos en silencio la salvación del Señor. ¿De dónde me vendrá la ayuda?, el auxilio me viene del Señor que habita cielos y tierra. Por eso, desde lo hondo a ti grito, Señor. Grito por mí y por ti, por todos, por tantos, porque es de él de donde procede el perdón. Mi alma espera su palabra, su palabra de perdón y misericordia, porque si él no me la concediera, ¿qué sería de mí?, ¿qué sería de nosotros?, ¿que será de los que ya han muerto, a los que tanto quería o, simplemente, a quienes ni siquiera sé que existieron? Pero no, tú conoces el rostro de cada uno. Uno a uno. Nos conoces en persona. Por eso, en-esperanza, confiamos en ti. Porque tú nos puedes salvar sin mirar y recontar mis méritos, tan sumamente escasos, si es que hay alguno. Pero todo es distinto contemplando el espectáculo de la cruz. Porque desde ella, de modo totalmente inesperado, todo cambia. Una tromba de misericordia nos anega de parte de Dios. La fuerza del Espíritu viene a nosotros. ¿Le dejaremos que tome posesión de nosotros para restituir aquella imagen y semejanza con la que fuimos creados? Dios mío, ayúdame, no sea que te rechace. Haz que, al menos, te reconozca en los últimos momentos, como el buen ladrón. Nunca permitas que te entregue por treinta monedas o te rechace lleno de malicia como quien murió crucificado como tú, pero injuriándote. Señor, sé misericordioso incluso con ellos, pues si lo eres con ellos, en-esperanza lo has de ser conmigo y contigo, con nosotros, con todos. Mas ¿no es un acto de injusticia el perdonar de ese modo, casi diríamos que contra la voluntad libérrima de quien te rechaza? Quién sabe, Señor. Tu relación con cada rostro, que conoces bien, con cada mirada a la que miras con ternura, es algo profundamente misterioso. Por eso, hoy, siempre, pero hoy de una manera muy especial, rezamos por todos, para que a todos, los que conocimos y los que no conocimos, aquellos a los que amamos y a los que despreciamos, a aquellos de los que nada supimos, pues vivieron y murieron en absoluta soledad. A todos, pero, quizá, de manera muy especia a los últimos, sé compasivo con ellos. ¡Ah!, porque si eres compasivos con ellos todos, lo serás también con nosotros los que ahora, cargados de esa en-esperanza, rogamos por ellos, para que los acojas definitivamente en tu Reino eterno, y, luego, nos acojas también a nosotros.

Así pues, no podemos sino gritar de alegría, porque vivimos en-esperanza. Amén.