En las últimas semanas del año litúrgico se nos anuncian momentos de tribulación y catástrofes. Sin embargo todos esos eventos, cuyo sentido no siempre es fácil interpretar, no deben hacernos temer. Jesús nos dice que, por dura que sea la prueba, Él no deja de ocuparse de nosotros. En el Evangelio de hoy se nos habla de una dura prueba. El Catecismo alude al texto de san Lucas para hablar de la persecución que acompaña a la Iglesia en su peregrinación por la tierra.

La “persecución” puede llevarnos a la tentación de apartarnos de Jesucristo. Recuerdo una novela, El señor del mundo, que trata del final de los tiempos. El protagonista, un sacerdote, reflexiona sobre los acontecimientos terribles que le rodean y dice que parece como si Dios se hubiera retirado del mundo. La tribulación puede poner a prueba la fe y entonces muchos candidatos pueden pretender usurpar la persona de Cristo como se nos dice hoy en el Evangelio.

El sufrimiento también puede llevar a querer cambiar la verdad de las cosas. Lo vemos en quienes pretenden leyes contrarias a la dignidad de la persona como el aborto o la eutanasia. No pocas veces dicen argumentar en nombre de la compasión y es posible que lo hagan desde un cierto dolor. Pero Jesús nos dice que en ninguna situación debemos abandonar la verdad. Por eso también nos anuncia: “os daré palabras y sabiduría  las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro”. Y eso también lo podemos comprobar en la historia cuando la oposición a la Iglesia abandona los argumentos.

Todo lo que se anuncia para la Iglesia puede entenderse también aplicado a nuestra vida espiritual. Las desgracias materiales, el ser menospreciados o humillados, la enfermedad, las tentaciones… son momentos de prueba. Para vencer, nos dice el Señor, hay que perseverar.

Hoy hemos de perseverar junto al santo Padre, en la Iglesia, manteniendo nuestra fe en todo lo que ella nos enseña. Hemos de perseverar unidos a los demás cristianos, aunque muchas cosas alrededor se hundan y salgan a la luz, como viene sucediendo últimamente, numerosos escándalos ocasionados por sacerdotes y obispos. La perseverancia conlleva la paciencia. Escribió san Nilo de Ancira: “la paciencia da la paz en medio de las guerras, la tranquilidad en un mar embravecido, la seguridad en medio de los complots y los peligros. Ella hace que quien la practica sea más resistente que el acero”.

En los momentos difíciles no hay que dejar de vivir intensamente. San Pablo, en la segunda lectura, amonesta a los que, por una falsa comprensión de sus enseñanzas sobre la segunda venida de Cristo, habían dejado de trabajar. También nosotros, aun seguros de que al final se manifestará el poder y la bondad del Señor, no podemos abandonarnos al desánimo y la inacción. Jesús dice en el evangelio que los momentos difíciles son una ocasión para “dar testimonio”. Y, como ha sucedido tantas veces, en campos de concentración, con ocasión de epidemias, en momentos de desgracia o con ocasión de un desastre natural, los que confiaron en el Señor y siguieron viviendo según la verdad fueron ocasión para que otros encontraran a Dios. Y eso también puede suceder en nuestra vida ordinaria, incluso cuando parece que todo se oscurece, porque el Señor está con nosotros.