Mañana comenzará el Adviento y el último día del año litúrgico coincide, este año, con la fiesta de san Andrés, uno de los doce apóstoles. Es una feliz coincidencia, porque durante el Año litúrgico celebramos los misterios de la vida de Cristo que han pasado a sus sacramentos, en expresión de san León. Pero han pasado a sus sacramentos valiéndose de personas concretas. Los primeros en esa cadena fueron los apóstoles. Y lo que los apóstoles y sus sucesores nos comunican es una relación con Cristo. No sólo unas enseñanzas o una historia, sino, gracias a los sacramentos, un encuentro personal con el Señor. Los doce fueron amigos del Señor. Así lo dijo el Señor durante la última cena. Pero, además, Jesús se valió de ellos para comunicar su obra salvadora. Quiso que fueran testigo de su vida, desde el bautismo hasta la resurrección, y les dio el poder del Espíritu Santo para construir sobre ellos la Iglesia. Por eso se les llama también columnas. Y decimos que la Iglesia es apostólica porque la singular relación del Señor con los Doce ha llegado hasta nuestro tiempo mediante la imposición de las manos. Conmueve el pensar que nuestro obispo es un sucesor de aquellos primeros hombres a los que Jesús llamó porque quiso y asoció a su misión.

De esa manera, el evangelio ha llegado a nosotros a través de personas concretas que eran signo del mismo Jesús. Unos nos han hablado del Señor, nos han narrado su vida y nos han transmitido sus enseñanzas; otros, quizás los mismos, nos han comunicado la vida de la gracia; otros nos han reconfortado en momentos difíciles o nos han ayudado a profundizar en nuestra relación con el Señor. A través de ellos hemos experimentado también, algo parecido a lo que sintieron los apóstoles cuando los llamó el Señor: que Jesús se ha fijado en nosotros y nos ha elegido. Sabemos que lo ha hecho porque nos ama. Y ese amor es personal y nos ha hecho miembros de una comunidad que es la Iglesia.

En el Evangelio leemos como Jesús pasó junto al lago Tiberíades y llamó a Juan y Andrés. Precisamente la realidad de la Iglesia nos indica que el Señor sigue pasando cerca de nosotros y nos sigue llamando. No importa donde nos encontremos, porque es el Señor el que se hace el encontradizo. San Pablo, en la primera lectura nos habla de la necesidad de que haya personas enviadas por Cristo que anuncien el evangelio. Por que, si alguien no nos hubiera hablado, ¿cómo lo habríamos conocido? Y el apóstol explica que Jesús ha elegido a algunos precisamente para que su mensaje de salvación alcance a todos los confines de la tierra.

Leyendo el relato evangélico vemos también cómo hay que responder a la llamada del Señor. Principalmente se nos indican dos cosas. Una que los apóstoles lo dejaron todo. Nada se interponía entre ellos y el Señor. Nada puede constituir una excusa para rechazar la llamada. Por otra parte le siguieron inmediatamente. Vemos estas dos características que hemos de pedir también para nosotros: no dejar que pase ningún instante en la respuesta al Señor y desatarnos del todo para que nuestra adhesión a Él sea más plena.

Que santa María, Reina de los Apóstoles, nos ayude a acoger la llamada de Cristo y a ser testigos de su amor en medio del mundo. Porque, fieles a la enseñanza de los Apóstoles, todos estamos llamados al apostolado.