Malaquías  3,1-4. 23-24

Sal 24, 4-5ab. 8-9. 10 y 14 

San Lucas 1, 57-66

“Preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.» Todos se quedaron extrañados. Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Los vecinos quedaron sobrecogidos, y corrió la noticia por toda la montaña de Judea.” Zacarías también rompe a hablar y lleva la contraria a todos menos a Isabel y a Dios. Es el primer signo de ruptura entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. El hijo ya no recibe el nombre del padre (aunque es una cosa muy buena y respetable), sino que los hijos empezarán a ser hijos en el Hijo Jesucristo. Dios cumple su promesa a Zacarías, le libera del peso de su incredulidad y de su mudez y le hace intuir que algo nuevo está sucediendo. Una vez que acepta la voluntad de Dios, que rompe con la costumbre de llamar a los hijos como a los padres comienza a hablar. No sabemos lo que diría, pero dejaba a todos sobrecogidos.

Nosotros muchas veces vivimos como mudos. Aunque hablamos y articulamos ruidos son palabras sin sustancia, sin fundamento, que dejan indiferentes y se olvidan rápidamente. Es muy fácil hablar “de cosas” y mucho más difícil hablar palabras que lleguen al corazón, que sorprendan e incluso sobrecojan. Puede parecer que para eso habría que hacer un guión de una película de terror o de filosofía finlandesa. No, está mucho más cerca. Lo decimos todos los días en el Ángelus: “La Palabra de Dios se hizo carne”. Esa Palabra definitiva, última, que creó cielos y tierra, se ha hecho carne en un niño pequeño y balbuciente. Es el día del Señor “grande y terrible”, es el momento en que la tierra se salva de su destrucción y comienza una nueva época. Época que tenemos que vivir hoy y ahora. No podemos acostumbrarnos a mirar el Belén y no sentir que un escalofrío nos recorre la espina dorsal, un agradecimiento inmenso nos sale del corazón y tengamos ganas de “soltar la lengua” y contárselo a todo el mundo. “Ya lo saben”, me dirás. Cuando estos días te encuentres a personas con el sentido perdido por la bebida, escuches las discusiones, veas casas en las que se come mucho y se reza poco o nada para dar gracias, los que se deprimen por estas fechas,… entonces te darás cuenta que hay muchos que no lo saben o, al menos, no lo entienden.

Así que soltemos la lengua, comuniquemos al mundo que de las entrañas purísimas de María nos ha nacido un salvador, el Mesías, el Señor… y si ya lo saben, que lo recuerden.