Hechos de los apóstoles 6, 8-10; 7, 54-60

Sal 30, 3cd-4. 6 y 8ab. 16bc-17 

San Mateo 10, 17-22

A primera vista puede resultar chocante que justo después de la solemnidad de la Navidad la Iglesia celebre la memoria de un mártir. Además lo hace dentro de la octava por lo que el prefacio es el propio de la Navidad. Sin embargo, tiene mucho sentido que sea precisamente este día el reservado a un mártir que, además, es el primero que derramó su sangre por Cristo. Es el primer eslabón de la cadena interminable que nace de Jesucristo y abarca toda la historia de la Iglesia.

Precisamente esta memoria nos ayuda a redituar las celebraciones de estos días. Jesús ha venido a salvar a los hombres. La tarea es ardua como se ve en su misma vida. Pero la salvación que nos ha traído sigue recorriendo un camino lleno de dificultades que, aunque no pueden impedir ni limitar el poder de Dios, conllevan prueba y sufrimiento. La vida que Jesucristo nos ha traído no sólo no es aceptada por algunos sino que, incluso, es contestada y rechazada violentamente. En el relato que leemos en la primera lectura se describe bien ese rechazo que se manifiesta en un auténtico odio: “se recomía por dentro y rechinaban los dientes de rabia (…) dando un grito estentóreo…”. Como se ve, son expresiones muy fuertes. Sin embargo no son nada comparadas con la misericordia de Dios.

Esteban en su visión contempla a Jesucristo en pie junto al Padre, en el cielo. La Redención se ha realizado y su victoria va a manifestarse en el mundo siguiendo el camino de humildad iniciado en Belén. Por eso Esteban muere perdonando. Aparentemente los enemigos habían triunfado, pero el perdón y la misericordia salían victoriosos.

Esta celebración nos ayuda a caer en la cuenta de que, a pesar del aire festivo que nos acompaña estos días, y ha de ser así, la misma entrada de Jesús en la historia no estuvo exenta de dificultades. El hombre se resiste a ser salvado. Y hoy vemos esos dos extremos en que puede moverse la libertad humana. Tenemos a los que rechazan hasta el final la misericordia que se les ofrece, pero también a la persona que, sabiéndose salvada, es capaz de hacer ofrenda de su propia vida por amor a su Redentor.

La lectura también nos indica cómo Esteban estaba lleno del Espíritu Santo. Es por eso que sus enemigos no son capaces de hacer frente a su sabiduría, y también el Espíritu Santo que le otorga el don de fortaleza para soportar los tormentos; es, en fin, el Espíritu Santo que le permite ver en sus perseguidores a criaturas amadas por Dios. De hecho, por lo menos uno de ellos, Saulo, que asiste y asiente a lo que está sucediendo, será santo.

La plenitud de vida que contemplamos en el pesebre se nos muestra ahora en el rostro y la vida y muerte de una persona. Porque Jesús ha venido a darnos su propia vida y lo hace de tal manera que nos transforma totalmente.