Comentario Pastoral
FAMILIA DE HERMANOS

El clima navideño es familiar, aglutina a todas las generaciones en torno a la mesa común, convoca a los lejanos. En este clima social se celebra la fiesta litúrgica de la Sagrada Familia. Viene bien esta celebración porque pone de relieve los valores permanentes de lo que es unidad básica de la sociedad humana y centro fundamental de la vida afectiva y moral del individuo.

La familia, como unidad sociológica de Padres e hijos, desarrolla los lazos personales y domésticos y la propia personalidad para transmitir un transcendente cúmulo de vivencias y conocimientos. De la familia se ha dicho y estudiado prácticamente todo desde el punto de vista filosófico, sociológico, económico y religioso. En la historia y cultura de los pueblos la familia aparece íntimamente relacionada con la religión ya desde los mismos ritos de su institución familiar. En la valoración católica el sacramento del matrimonio es el acto fundacional de la familia, que tiene un valor totalmente religioso y divino. Tradicionalmente al padre se le asigna la autoridad, a la madre la afectividad y al hijo el respeto. Pero incluso estos valores han entrado en crisis; se está perdiendo el espíritu familiar.

El texto bimilenario de Ben Sirá, autor del Eclesiástico, qú; se lee en este domingo, recuerda virtudes que favorecen la vida familiar: el respeto a los mayores, la obediencia, la honra al padre y a la madre, la piedad y comprensión. Son aspectos fundamentales para la convivencia, que se completan con las virtudes que pide San Pablo: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón. Todos, pequeños y mayores, deberíamos examinamos sobre los fracasos de nuestra vida comunitaria. El amor resume y expresa sus vínculos de unidad en la casa paterna, que es como una iglesia de orden natural, que rara vez niega un alivio y siempre prepara el alma a consuelos mayores.

En el evangelio de hoy, la familia de Nazaret es presentada con una vida absolutamente ordinaria, inmerse en los problemas cotidianos de la supervivencia. ¿Qué significa la huida a Egipto de José con el niño y su madre? Es ejemplo de que la familia siempre tiene que estar en camino de búsqueda de salvación. Porque Dios no trata a los suyos con privilegios externos, incluso permite la persecución e incomprensión.

En la Iglesia oímos muchas veces que todos formamos una familia de hermanos, a pesar de los diferentes niveles económicos y culturales, porque todos somos iguales ante Dios por la fe y todos rezamos con sentido el mismo Padre nuestro. ¿Es verdad esto? Lanzarse a alcanzar niveles mejores de relación intraeclesial para mejorar la calidad de nuestro amor cristiano, seria un positivo fruto de esta fiesta de la Sagrada Familia.

Andrés Pardo

 

 

Palabra de Dios:

Eclesiástico 3, 2-6. 12-14 Sal 127, 1-2. 3. 4-5
San Pablo a los Colosenses 3, 12-21 San Mateo 2, 13-15. 19-23

Comprender la Palabra

El autor del libro del Eclesiástico (Jesús Ben Sirá) se propone inculcar a sus jóvenes discípulos criterios más nobles que los del ambiente paganizado que invadía al pueblo de Dios en el s. II a. C. Criterios de la que entonces llamaban «sabiduría», es decir, el buen sentido común confirmado e iluminado por la fe. El texto de hoy presenta la actitud de los hijos para con sus padres.

La Escritura fundamenta las relaciones de los hijos con los padres en una verdad sólida: son los colaboradores inmediatos de Dios en la transmisión de la vida. Y la vida es un bien irrenunciable. Dios ha querido reflejar su imagen en la realidad familiar. El misterio del amor de Dios, de su vida íntima, se refleja con especial intimidad en el hogar de Nazaret. La bendición divina a la familia se vive en la comunión y ternura de unos con otros.

El texto de la Carta a los Colosenses desarrolla la imagen del «hombre nuevo» expuesta en los versículos anteriores. Su «vestido» (alusión al rito bautismal) es la caridad, que se realiza en una entrañable comprensión bondadosa y fructifica en la concordia de la paz. La vida familiar de los miembros del Pueblo de Dios debe estar presidida por el amor; así es como debe ser la paz del árbitro que dirima los conflictos ordinarios, a fin de que no se rompa la unidad en el Cuerpo de Cristo, aceptando todas las manifestaciones carismáticas que se produzcan en su seno. Todo ello en orden a que la familia viva en el Señor, es decir, cristianamente.

El evangelio de esta fiesta de la Sagrada Familia invita a repasar el camino que siguió José, con Jesús y María, desde la huida de Belén a Egipto, hasta que llega a Nazaret para establecerse allí con su familia. Nazaret sería el horizonte cotidiano de Jesús durante los años de infancia y juventud. En el centro de este horizonte, su casa. La casa de su inédita y sencilla vida, de su laboriosidad amable, de su convivencia disciplinada y, por tanto, gozosa.

Los patriarcas se vieron obligados a descender a Egipto acuciados por la hambruna, donde se establecieron con la ayuda de José, y, posteriormente, fueron liberados por Moisés de la esclavitud en que estaban al cambiar la actitud de los faraones. Todos estos sucesos inspiran a Mateo para componer este episodio de vida de Cristo. Jesús fue cruelmente perseguido durante su vida hasta su injusta muerte en la cruz.

Pero Egipto no es la patria definitiva del Pueblo de Dios, ni tampoco lo es del Hijo de Dios hecho hombre. Es una etapa dolorosa, pero ambos se dirigirán a la tierra prometida. Mateo se inspira en los antiguos relatos para enseñarnos que Dios llama a su Hijo Jesús de Egipto, para que vuelva a la tierra de la verdadera libertad. El proyecto de Dios para su Familia y para todas las familias no es la esclavitud ni el exilio, sino la tierra de la libertad.

La familia cristiana -Iglesia doméstica y célula del Pueblo de Dios- se ha de sentir segura bajo la misma Providencia paterna de Dios. Ante los variados riesgos de la vida, ha de confiar en Dios como Padre. La realización de la vocación personal de cada uno de los miembros de una familia abierta a la Iglesia y a la sociedad, prepara su futura acción personal en el nuevo pueblo de Jesús.

Ángel Fontcuberta

 

al ritmo de las celebraciones


ESPIRITUALIDAD DEL TIEMPO DE NAVIDAD

Los cristianos celebramos en este tiempo de Navidad el Misterio de Cristo que se nos comunica sacramentalmente en la celebración de cada una de las fiestas.

La Constitución sobre liturgia del Concilio Vaticano II lo expone magistralmente:
«La Iglesia, en el círculo del año, desarrolla todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.

Conmemorando así los misterios de la Redención, abre las riquezas del poder santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que en cierto modo, se hacen presentes en todo tiempo para que puedan los fieles ponerse en contacto con ellos y llenarse de la gracia de la salvación» (Sacrosanctum Concilium 102).

Cuando se afirma que la Navidad es un sacramento se quiere significar que la gracia del Nacimiento del Hijo de Dios se nos hace presente y se nos comunica en la celebración de esta fiesta. No se trata solamente de un recuerdo pedagógico, aleccionador, del acontecimiento de Belén, entrañable por demás. Es actualización del misterio salvador de un Dios que se ha hecho miembro de la familia humana. En estos días en oraciones, prefacios y antífonas aparecerá constantemente la palabra HOY.

HOY es una palabra breve pero cargada de sentido, que da a nuestra celebración un tono de misteriosa actualidad. Nos hacemos contemporáneos del nacimiento de Cristo y de su manifestación. El Señor Resucitado ha roto las barreras del tiempo y actualiza la gracia de la Encarnación para nosotros.

Entre el ayer de Belén y el mañana de la parusía está el hoy de cada Navidad, el Dios-con-nosotros que nos quiere comunicar su vida, su luz y su alegría. La gracia de la Navidad aparece descrita varias veces como «nacer de Dios», ser sus hijos. Más aún, es la gracia de compartir con Jesús su divinidad, ya que él ha querido compartir nuestra humanidad.

 

Ángel Fontcuberta

 

Para la Semana

Lunes 30:
1Jn 2,12-17. El que hace la voluntad de Dios permanece para siempre.

Sal 95. Alégrase el cielo, goce la tierra.

Lc 2,36-40. Hablaba del niño a todos los que augardaban la liberación de Jerusalén.
Martes 31:
1Jn 2,18-21. Estáis ungidos por el Santo y todos vosotros lo conocéis.

Sal 95. Alégrese el cielo, goce la tierra.

Jn 1,1-18. El Verbo se hizo carne.
Miércoles 1:
Santa María, Madre de Dios. Solemnidad.

Núm 6,22-27. Invocarán mi nombre sobre los israelitas, y yo los bendeciré.

Sal 66. El Señor tenga piedad y nos bendiga.

Gál 4,4-7. Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer.

Lc 2,16-21. Encontraron a María y a José, y al niño. A los ocho días, le pusieron por nombre Jesús.
Jueves 2:
San Basilio y San Gregorio Nacianceno, obs. y drs. Memoria.

1 Juan 2,22.28. Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Juan 1,19-28. En medio de vosotros hay uno que no conocéis.
Viernes 3:
1 Juan 2,29-3,6. Todo el que permanece en él no peca.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Juan 1,29-34. Este es el Cordero de Dios.
Sábado 4:
J 1 Juan 3,7-10. No puede pecar, porque ha nacido de Dios.

Sal 97. Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios.

Juan 1,35.42. Hemos encontrado al Mesías.