san Juan 3,22-4,6

Sal 2, 7-8. 10-12a  

san Mateo 4, 12-17. 23-25

Aunque ya no quede ni un pedazo del papel de los regalos de los Reyes, aunque haya que volver al trabajo y se haya retirado el árbol, no se enciendan las luces y se cambie el cartel de felices fiestas por el de rebajas, hasta el domingo que viene es Navidad. Este de es lo años en que más larga puede ser esta segunda semana de Navidad. Nos podrá parecer raro que la liturgia vaya por un camino esta semana, y la vida por otra (como en tantas ocasiones). Sin embargo puede ser una suerte si sabemos aprovechar esta situación y vivir este tiempo que nos queda de Navidad sin tantos adornos, que a veces no la ocultan.

“Entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos.» Recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas y proclamando el Evangelio del reino, curando las enfermedades y dolencias del pueblo.” Esta es la consecuencia de la encarnación del Verbo. Dios se hace hombre para llamarnos a la conversión, pues, gracias a la acción de Dios, el hombre puede volver a reconciliarse con Él. Nosotros no podíamos nada, pero Dios da el primer paso y, ahora, nos toca a nosotros dar el siguiente. Siempre es así, Dios se acerca a nosotros por mucho que nosotros nos empeñemos en alejarnos de su bondad y misericordia.

La Navidad es este tiempo en que recordamos que Dios está aquí, que nos llama a cada uno y llama a toda la humanidad a la conversión. No a la bondad natural, ni a intentar ser buenecitos, sino llamados a la santidad, es decir, a vivir en nosotros la vida divina y a comunicarla a los demás. “Cuanto pidamos lo recibimos de él, porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.” Conocer a Cristo es escucharle, y escucharle es seguirle. El reino de Dios está cerca, pero algunos pasos tenemos que darlos nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo.

Quitemos de la Navidad el espumillón, los turrones, los adornos, las luces y el gasto desorbitado y ¿qué nos queda? Nos queda todo. Por eso podemos gozarnos de que hoy siga siendo Navidad. Algunas veces relegamos vivir nuestro cristianismo a las fiestas, a los domingos, a las bodas o algún funeral, al momento del bautizo o la semana santa. Pero el ser cristiano es para cada día, para cuando nos preparamos el café de la mañana, para cuando llevas a los hijos al colegio o haces una fotocopia en el trabajo, para cuando juegas con tus hijos o besas a tu mujer. A veces tenemos que quitar los adornos para ver bien el árbol. Por eso sería bueno que nos preguntásemos hoy unas cuantas veces: ¿Estoy actuando como Cristo quiere?. No ahora, cuando lees este comentario, sino dentro de veinte minutos, dos horas, a media mañana, por la tarde. Cuando te parezca que estás haciendo lo más nimio o intrascendente, pregúntate: ¿Podría ofrecer esto a el Niño Dios en el pesebre? Si María, nuestra Madre, lo coge en sus manos y nos sonríe (aunque nos parezca algo muy pequeñito), felicítate: Es Navidad.