1San Juan 4,19-5,4

Sal 71, 1-2. 14 y 15bc. 17

san Lucas 4, 14-22a

“Queridas familias cristianas, vosotras habéis conocido el amor que Dios nos tiene y habéis creído en él. Habéis creído en “el Dios que es Amor”. Habéis conocido “al Amor de los Amores” y querido permanecer en Él y así permanecéis en Dios y Dios en vosotras. Vuestro testimonio ante el mundo y la sociedad contemporánea no es otro ni debe ser otro que el de que el Amor es posible y que vivirlo en su plenitud, consisten la vocación del hombre y el único criterio de verdad y de vida que puede salvarlo. Si alguien nos pregunta por el significado de esta gran celebración habría que contestarles: Las familias cristianas de España han querido ofrecer un testimonio público, festivamente expresado, de que en la experiencia cristiana de la familia se descubre, recibe y vive el gran Don del Amor como primicia y vía imprescindible para vivir de amor y con amor en todas las circunstancias privadas y públicas de la vida y como la única fuerza que permite andar la peregrinación de este mundo con esperanza. “Porque amor saca amor”, diría Teresa de Jesús. Ésta es la aportación siempre antigua y siempre nueva de las familias cristianas a sus contemporáneos, sean creyentes o no, y a la sociedad: el mantener siempre abierto y abonado el surco de la vida para recibir el gran Don del Amor y para hacerlo fecundo y activo en todos los contextos en los que se desenvuelve la existencia humana, de camino a su último destino.Ofrecemos nuestro testimonio. No lo imponemos.” Hace casi dos semanas que nuestro Cardenal de Madrid dijo estas palabras en la celebración de la plaza de Colón (y aledaños). Si no se hubiese levantado toda una ola de críticas por los políticos (y aledaños), tal vez hubieron pasado desapercibidas de muchos. Pero tal vez nos estemos quedando en la polémica levantada y sea bueno leer lo que nos decía nuestro Pastor, con calma y tranquilidad.

«El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para anunciar el año de gracia del Señor.» Aunque el Evangelio de hoy termina indicando la aprobación de sus oyentes, unas líneas más adelante quieren despeñarle por un barranco. Anunciar el Evangelio no es una experiencia de éxito, que reclame el aplauso, normalmente es todo lo contrario. Entonces ¿Por qué proponer el Evangelio a los hombres que tantas veces lo rechazan?. No es por el aplauso, el prestigio, el poder o la influencia, eso puede venir y se va con facilidad. La razón es que “nosotros amamos a Dios, porque él nos amó primero. Si alguno dice: «Amo a Dios», y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve. Y hemos recibido de él este mandamiento: Quien ama a Dios, ame también a su hermano.” Se anuncia la Buena noticia justamente porque es buena, y es buena para toda persona de todo tiempo, lugar, raza y condición. Porque amamos a toda la humanidad la Iglesia evangeliza. Sería mucho más fácil hacer una especie de club de amigos en la que se acerque el que esté interesado, sólo juntos los amiguitos hablando de nuestras cositas. Pero eso sería no amar a los demás, pues les privaríamos de conocer lo que Dios nos ama. El ser apóstol puede parecer un mandamiento pesado, expuesto a incomprensiones, insultos o al ridículo, pero “ sus mandamientos no son pesados, pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo.” Es decir, lo que hacemos cuando evangelizamos es lo que Dios hizo con nosotros encarnándose, luego no hay dificultad, insulto, salivazo ni cruz que no vivamos con alegría por anunciar a Cristo.

Seguimos en Navidad (a que se os había olvidado). María y José imaginarían las dificultades que el nacimiento de Jesús les traería, pero seguro que no dudaron ni un segundo en abrazarlo y besarlo. Que nosotros tampoco dudemos ni un segundo en anunciar el Evangelio, aunque no recibamos aplauzoz.