Samuel 18, 6-9; 19, 1-7

Sal 55, 2-3. 9-10. 11-12. 13 

San Marcos 3, 7-12

Estos días en la primera lectura estamos leyendo la historia del rey David. La selección del leccionario nos permite hacernos una idea más o menos completa, pero sería bueno que releyéramos la Biblia con detalle ya que la liturgia de la misa sólo nos permite un acercamiento fragmentario a los textos.

David, se nos dice en la escritura, fue un rey según el corazón de Dios. Sin embargo desde el momento en que fue ungido por el profeta hasta que ocupó el trono pasó mucho tiempo. Mientras iba haciéndose famoso por sus hazañas militares aumentaba la animadversión de Saúl contra él. La historia de Saúl es penosa. Se trata de un hombre con algunas cualidades humanas pero al que le faltó una verdadera relación con Dios y por ello acabó mal. Su humor cambiante le jugó malas pasadas y poco a poco fue alejándose de Dios. Así hoy vemos como la envidia le corroe y teme perder el trono, que le había sido regalado por Dios, en manos de David.

La situación de David es bien diferente. Sabiendo que ha sido llamado al trono no conspira para conseguirlo sino que espera, pacientemente, a que se manifieste públicamente el designio de Dios. No intenta David anticipar los planes de Dios sino someterse a ellos con docilidad. De la vida de este rey se recuerdan algunos pecados pero, en el conjunto de su vida, intentó caminar en la fidelidad a Yavéh. Y siempre que ofendió al Señor fue capaz de arrepentirse con humildad.

Hoy la lectura hace referencia a la amistad de David con un hijo de Saúl, Jonatán. Es una bella historia de amistad porque Jonatán sabe que Dios ha elegido para ser rey y que, por tanto, él no heredará el trono. Sin embargo antepone también la voluntad de Dios a su interés personal. Hoy vemos como intercede ante su padre para que no le tome ojeriza a David y le permita seguir viviendo en el palacio. En otra ocasión alertará a su amigo para que huya porque su padre desea matarlo. La de ellos es una verdadera amistad en la que no se antepone el interés personal sino el bien del otro, buscado según la voluntad de Dios.

Esta historia bíblica nos recuerda la importancia de los amigos para el crecimiento espiritual. Querer a otro significa buscar su bien y nosotros le ayudamos en la medida en que somos medio para que realice su vocación. Eso supone una verdadera unión de corazón. A las personas podemos ayudarlas con consejos generales o bien en las decisiones particulares. Pero para acertar en algo concreto es preciso conocer el corazón del amigo y querer su verdadero bien. Los principios generales nos dan señalan lo que está bien o mal para todos, los límites que nunca deben traspasarse y los criterios que iluminan las decisiones particulares. Pero para acertar en algo puntual hay que conocer y amar mucho.

Hemos de pedir al Señor que nos ayude a tener amigos que nos ayuden también en nuestra vida espiritual. Personas con las que alegrarnos de las cosas buenas que Dios realiza en nosotros y que también sean nuestro apoyo en las dificultades para que ni nos desanimemos ni actuemos precipitadamente. También hemos de pedirle que nos ayude a ser amigos de los demás no permitiendo que nuestros intereses particulares se interpongan en la vocación del otro.