1Re 11,4-13; Sal 105; Mc 7,24-30

Qué sabiduría la de esa mujer de la región de Tiro, no israelita, sino griega, es decir, gentil. ¿Qué hacía Jesús allá, en tierra de paganos? Intentaba pasar desapercibido, pero no lo consiguió. Una mujer de allá, enterándose, fue a buscarle y se echó a sus pies —actitud no de israelita, sino de pagano— para pedirle la curación de su hija. La conversación que se establece entre ambos es una perfecta maravilla. ¿A qué ha venido a esa región? No a hablar ni a echar demonios. ¿Para qué, entonces? Quizá solo para tener esta conversación genial, que nos abre las puertas a los paganos a creer en él. La respuesta de Jesús a la petición de la mujer griega es durísima, la normal de un judío celante que estaba en tierra extraña, en donde ni siquiera podía comer con sus habitantes. Tierra de paganos y de incrédulos. Los hijos de Israel son los que deben comer primero las palabras y los haceres de Dios. Los paganos, para entrar en el pueblo elegido de Israel, tienen todo un proceso complejo y difícil. Un judío debe caminar por esa tierra sin mancharse.

La primera respuesta de Jesús representa la reacción normal de un israelita conveniente. La réplica de la mujer es genial, solo el mismo Dios pudo haberla puesto en sus labios. Lucha verbal en la que Jesús, la Palabra, quedó voluntariamente vencido por la palabra humana de la fe, lo que sucedió mientras Jesús y los suyos estaban comiendo. A los paganos se les podía llamar perros. Y los perros comían las migajas, Es tan hermosa la actitud llena de fe y de extrema humildad la de esta pagana que es enseñanza para sus discípulos, y para nosotros. Jesús no habla de fe, pues esta, en principio, estaba fuera de las posibilidades de esa mujer pagana, sino de la palabra con la que ha respondido, esta palabra es la que lleva a la respuesta de quien es la Palabra, aseverando la verdad de que el demonio ha salido de su hija. Siempre autoridad de la palabra y de los haceres. Incluso fuera de la tierra elegida.