Jeremías 20,10-13

Sal 17, 2-3a. 3bc-4. 5-6. 7

san Juan 10,31-42

A las puertas de la Semana Santa, en la que vamos a vivir de nuevo el drama de la pasión de Jesús y su gloriosa victoria, las lecturas nos recuerdan al justo que es perseguido. Jeremías ve como sus enemigos (y también los que se decían amigos) buscan una ocasión para entregarlo. Sin embargo, aún en esa situación límite en la que se sabe acosado no deja de confiar en Dios. En su apelación se refiere diciendo: “examinas al justo y sondeas lo íntimo del corazón”. Es decir, Jeremías se sitúa más allá de la justicia del mundo que en su caso se revela insuficiente e injusta. Apela a Dio, que conoce nuestro interior y ante quien se descubre la verdad de lo que somos. Esa conciencia de cumplir la voluntad de Dios es la que lo lleva a confiarse a Él y a tener la certeza de que el Señor hará justicia.

Si bien el texto del Antiguo Testamento anuncia veladamente lo que le sucederá a Jesús, también nosotros podemos colocarnos en la situación de Jeremías. Son muchas las personas que han pasado por situaciones similares en la que, habiendo obrado bien, no son comprendidas por quienes les son cercanos. En el Evangelio encontramos esa situación límite en la que son hombres religiosos, que han visto el obrar de Jesús, los que se colocan contra Él. Cuando alguien pasa por esas circunstancias no es nada fácil. Queda abandonarse en Dios, para quien hacemos las cosas y ante quien nuestra vida se muestra con total transparencia. Lo que expresa Jeremías lo afirma Jesús con mayor identidad: “el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Pero la incomprensión de los judíos no conduce a Jesús a dejar de hacer el bien. Esa puede ser una tentación para nosotros, la de abandonar nuestras buenas obras pensando que son inútiles porque no mueven a nadie. Por eso el Señor les dice que aunque no crean en Él por lo menos atiendan a todo lo que ha hecho. En sus acciones pueden reconocer el carácter sobrenatural y divino de su persona. Jesús se refiere a sus obras como el lugar en que se manifiesta que ha cumplido la voluntad del Padre. La ceguera de quienes están contra él será, al final, mayor, y lo condenarán a muerte. Pero las obras hay están para dar testimonio.

No es nada fácil identificarse con esta faceta de la vida de Jesús que nos lleva a realizar el bien en todo momento aunque seamos atacados por ello. Pienso en la Beata Teresa de Calcuta, ejemplo de atención misericordiosa hacia los más necesitados y, a pesar de ello, incomprendida y atacada por muchos. Con menor intensidad eso puede suceder en personas que viven cerca de nosotros o quizás lo hemos vivido en carne propia. El salmo nos invita, en esas situaciones, a renovar nuestra confianza en Dios. Los primeros versículos son muy hermosos: “Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza, Señor; mi roca, mi alcázar, mi libertador”. Una oración preciosa para los momentos difíciles. Seguramente Jesús las tuvo en sus labios muchas veces y por eso podemos pronunciarlas unidos a Él.