Isaías 52, 13-53, 12

Sal 39, 6. 7. 8-9. 10. 11

san Mateo 26, 26-42

Hoy es la Fiesta de Jesucristo Sumo y Único Sacerdote. Hoy habría que hablar de la vida de tantos sacerdotes ejemplares, buenos, entregados, santos que me he encontrado y me sigo encontrando en mi vida. Es verdad que escandalizan los sacerdotes infieles, pederastas, amancebados, comodones, euroreros (tendrá que decirse así en vez de peseteros), gruñones, antipáticos, ególatras y faltos de fe; pero hay mucho más sacerdotes buenos que malos. El bien y el mal son difusivos, se expanden, pero tenemos la manía de compartir el mal y quedarnos para nosotros el bien. Cuando estaba en pueblos de la Sierra a veces hablaban barbaridades de mis antecesores (como ahora las hablarán de mi), pero cuando te ponías a preguntar resulta que tal sacerdote les enseñó a leer, les hacía las declaraciones de la Renta, además de celebrar los sacramentos, visitar a los enfermos y enterrar a su muertos. La idea del sacerdote vividor, comilón y borracho, se ha extendido y a cualquier sacerdote se nos mira desde la sospecha. Sin embargo muchos son los sacerdotes que sin ruido, sin propaganda, sin hacerse notar, que incluso en ocasiones mueren solos, han hecho y hacen tantísimo bien por el mundo.

“Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?” Jesucristo es el único sacerdote y sacramentalmente los presbíteros participamos de ese sacerdocio. Cargaos sobre nosotros los pecados que luego entregamos a Cristo, que es el único que los puede soportar y redimir. Celebramos la Eucaristía unidos a la Pasión del Señor y nunca como un trabajo o una acción repetitiva, en ella está la novedad del Evangelio. Dejamos que nos lleven a donde no queremos y no disponemos de nuestro tiempo, pues lo hemos regalado en Cristo a toda la Iglesia y a toda la humanidad doliente. Tal vez no seamos santos, pero lo intentamos sinceramente. Participamos del pecado propio y del mundo, pero nunca desconfiamos de la misericordia que el Señor derrama por las manos de un sacerdote. Como decía José María García Lahigera: SACERDOS et Hostia

Por eso hoy nos hace falta vuestra oración, vuestros pequeños (o grandes) sacrificios por los sacerdotes. Un sacerdote no es nadie solo. Necesita de la oración de muchos, del apoyo de tantos, para descubrir que sólo pone su confianza en Dios. Bastará navegar un poco por Internet para encontrar casos de sacerdotes indignos. Bastará darte una vuelta por la parroquia más cercana para encontrar sacerdotes entregados. Reza hoy por todos, por los buenos y por los menos buenos. Reza para que seamos sólo y siempre sacerdotes. Reza para que Cristo sacerdote pueda transparentarse en nosotros y así sólo Él se luzca.

Nuestra Madre la Virgen, Madre de los sacerdotes, bendiga y acompañe a todos los sacerdotes, especialmente a los que dudan de su vocación, a los que se sienten solos o juzgados, a los que siguen fieles en algún rinconcito de cualquier lugar del mundo. Acabamos con palabras del salmo: “Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número.”