Reyes 19, 19-21

Sal 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10 

san Mateo 5, 33-37

 Nuestra época y nuestro país viven una auténtica cristofobia. Parece que en España el fenómeno es especialmente acentuado. Seguramente se debe a que el nuestro es un país nacido de la fe católica y acunado por ella. Por eso en el rechazo a lo que somos, y en la negación de la propia identidad, se dan exabruptos anticristianos. Hace poco asistíamos a un programa de ese tipo en televisión y es raro el mes en que no nos topamos con una exposición o un comentario blasfemos. A los católicos nos toca defendernos cuando ello es posible y, siempre, desagraviar. A mí me gustan especialmente las invocaciones de alabanza a Dios que suelen rezarse después de la bendición con el Santísimo Sacramento.

El Evangelio de hoy va aún más lejos. Aquí no se trata de la blasfemia ni de los insultos contra Dios o sus representantes: se habla del juramento. Jurar significa poner a Dios por testigo de algo que hacemos. Por el contexto de la enseñanza el Señor se refiere a tomarse en serio lo que decimos. Es decir, a ser cuidadosos con nuestras palabras. Por otros textos de la Escritura y por la experiencia de la Iglesia sabemos que, a veces, es lícito jurar. Yo mismo tuve que hacerlo antes de ser ordenado sacerdote, y en muchas otras situaciones, por la singularidad de las mismas, puede ser requerido. Parece pues que, en el evangelio de hoy, Jesús se refiere a evitar referirse a Dios innecesariamente. Profundiza las palabras del mandamiento: “No tomarás el nombre de Dios en vano”.

Pero más allá de ese hecho me llaman la atención otras palabras del Señor: “A vosotros os basta decir sí o no”. Me parece que se refieren a la simplicidad que debe embargar a los cristianos. La he observado en algunas personas. A veces nos volvemos complicados y necesitamos dar muchas explicaciones, porque o bien nuestro actuar no es del todo recto o bien los respetos humanos nos pueden. En esas situaciones intentamos tergiversar u ocultar la realidad con nuestros discursos. Parece que a los hombres santos eso no les sucede.

Estos días he leído una biografía sobre los pastorcitos de Fátima. Una vez más he quedado sorprendido por la sencillez con que respondían a sus interrogadores, no siempre amables. Se movían siempre entre un amor exquisito a la verdad y una prudencia, claramente sobrenatural, para no revelar nada que no fuera necesario. Esa finura de expresión denota una santidad de vida. También cuando leemos el Evangelio vemos que Jesús es muy concreto en sus expresiones. No se trata de economizar palabras sino de acertar a decir lo justo.

Sabemos por experiencia que el exceso de palabras suele ser fuente de malentendidos y, a veces, de indiscreciones u ofensas. Pidámosle a Dios que nos conceda el don de hablar con sencillez y verdad.