Amós 3, 1-8; 4, 11-12 

Sal 5, 5-6. 7. 8  

san Mateo 8, 23-27

 “De pronto se levantó un temporal tan fuerte que la barca desaparecía entre las olas; él (Jesús) dormía.” Todo es cuestión de perspectiva, seguro que lo hemos experimentado miles de veces, que me perdonen los pescadores. Desde dentro de la barca parece que el movimiento de las olas es enorme, “¡que nos hundimos!”. Pero si lo contemplamos desde la orilla nos parecerá que el movimiento de la barca no es tan importante, tal vez en alguna ocasión se escorase un poco más, pero nada que nos preocupe. Claro, no tenemos el mareo de estar dentro de la barca y tenemos los pies bien firmes en el suelo. Si nos alejamos más y miramos el temporal desde la estación espacial se convertirá en un pequeñísimo grupo de nubes sobre una pequeña mancha de agua y, si distinguimos la barca, nos parecerá que flota tranquilamente en la superficie. Lo que es una gran tormenta para una barquita de pescadores es apenas un pequeño movimiento de cubierta.

 “(Jesús) les dijo: “¡Cobardes! ¿Qué poca fe!” Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma.” Jesús, que es el Hijo de Dios, mira la historia desde la perspectiva de Dios. Está dentro de la barca, de la Iglesia, pero no pierde la paz por las contradicciones que nosotros podemos sufrir. Dentro de la historia de la Iglesia y, sobre todo, en la Providencia de Dios, no son sino un vientecillo que se mueve ligero que, en la mayoría de los casos, no nos quedará ni recuerdo. “¿Caminan juntos dos que no se conocen? ¿Ruge el león en la espesura sin tener presa?” ¿Hace Dios cosas inútiles o se olvida de su Iglesia? No. Pero a veces se nos olvida. Pensamos en la Iglesia con perspectiva humana y eso nos lleva al miedo y nos bloquea. Algunos se convierten en mesías, olvidándose del único Mesías. Otros empiezan a dar batallas por perdidas y empiezan a recortar la fe de la Iglesia que han recibido.

 Si miramos desde la perspectiva de Dios nos daremos cuenta Quién es este. Jesucristo no ha abandonado a su Iglesia , por ello, a pesar de las dificultades, de las desafecciones, de las persecuciones y contrariedades, seguimos remando sin temor. Sabemos que todo eso pasará y que la barca no se hundirá. Quien se empeña en estar continuamente comentando la tormenta se olvida que tiene que llegar a una meta, e incluso llega a pensar que es inalcanzable. Nosotros no, aunque ahora mismo cueste remar hacia adelante sabemos que el Patrón nos llevará a buen puerto y aunque el bogar sea duro, no lo dejamos.

 La Estrella de Oriente, nuestra Madre la Virgen, nos recuerda la dirección hacia la que nos dirigimos, al cielo, acompañados de Jesús y, por eso, tan tranquilos, aunque tengamos que sudar.