Miqueas 2,1-5

Sal 9,22-23.24-25.28-29.35 

san Mateo 12, 14-21

 Encontramos hoy una contraposición entre los fariseos que quieren acabar con Jesús y la actitud del Señor que cumple la profecía de Isaías: “La caña cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará”. Jesucristo no ha venido a destruir sino a restaurar. Su deseo es salvar a los hombres y para ello se dirige a cada uno de nosotros y nos acoge en nuestra realidad, sin importar lo estropeados que estemos, porque viene a traernos la salvación.

En muchas ocasiones me he sorprendido en la tentación de abandonarlo todo por no encontrar las cosas como me gustaría, o he soñado en lo bueno que sería poder comenzar de cero. Dios no actúa de esa manera. Comenzar de cero para Él habría supuesto dar por finalizado nuestro mundo y volver a crear de la nada. No eligió esta opción sino otra mucho mayor que los teólogos han denominado “nueva creación”. Era nueva, pero no suprimía la anterior. Era nueva y mayor que la anterior porque ya no obraba en el orden de la naturaleza sino en el de la gracia. En vez de crear a unos seres nuevos lo que Jesús hace es sanar la naturaleza herida y elevarla al orden de la gracia: nos hace hijos de Dios.

Los fariseos intentan acabar con Jesús y éste se retira. Sin embargo, en ese apartarse momentáneo de sus enemigos, no deja de ejercer la misericordia. Por eso dice que “los curó a todos”. Aun siendo rechazado, Jesús no deja de ofrecer su salvación a todos cuantos se le acercan. Y así se ve de nuevo como responde al mal con abundancia de bien. Podía haber hecho frente a los fariseos y fulminarlos. Sin embargo elige ese camino que en su providencia ha diseñado y que le conducirá finalmente al Calvario para triunfar con su resurrección tras el suplicio de la Cruz.

En su retirarse Jesús no deja de obrar el bien. Aquí vemos otra enseñanza para nosotros que, a veces, podemos pensar que Dios se retira de la sociedad, de nuestra ciudad, del mundo… Hay quienes desean expulsarlo, como vemos en tantos intentos laicistas por borrar toda presencia religiosa de la esfera pública, pero no lo consiguen. Ciertamente muchas veces no alcanzamos a comprender los caminos de Dios, pero Él sigue curando a todos los que se le acercan y sigue ofreciendo una posibilidad donde la caña aún no se ha roto del todo o la mecha todavía sigue caliente.

Desde la esperanza que se enciende en nosotros al comprobar el proceder de Jesús también aprendemos a ser más cuidadosos con quienes nos rodean. No hay que destruir nada. Al contrario, debemos aprender a fijarnos en todo lo bueno, lo que hay en la Iglesia, en nuestro mundo, en cada una de las personas que nos rodean. Ese bien, tantas veces afeado por su falta de perfección o por otras razones está llamado a alcanzar una plenitud: la que ofrece Jesucristo.