Números  21, 4b-9

Sal 77, 1-2. 34-35. 36-37. 38  

Filipenses 2, 6-11

san Juan 3, 13-17

“Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.” Hoy es el día de la exaltación de la Santa Cruz. Estamos acostumbrados a ver cruces, cientos, miles de cruces. Hay cruces en nuestros cuellos colgando de una cadena, seguramente en nuestras casas, en las Iglesias hay varias, en las calles, en los museos y en estampitas. Vemos tantas representaciones de la crucifixión a lo largo de nuestra vida que, tal vez, nos hayamos acostumbrado. De tanto ver la cruz tal vez nos hayamos olvidado de mirar “al que traspasaron.” Esta semana que comienza con esta fiesta tal vez sea un buen momento para cambiar la mirada al mirar la cruz. Sacudirnos la rutina, la costumbre y la indiferencia. Mirar la cruz como si fuese la primera vez que la vemos, con toda su realidad y su crudeza.

“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz” Es el mismo Hijo de Dios el que pende de la cruz. Y lo hace para reconciliarnos con el Padre y darnos el don del Espíritu. En él están presentes todos los sufrimientos, dudas, pecados y sufrimientos de la humanidad. Están tus pecados y los míos, tus miserias y las mías. Como un esclavo Jesucristo recoge nuestros dolores y los hace suyos, los cuelga del madero de donde surgieron y nos redime. Cambiar la mirada para ver la cruz debería llevarnos a las lágrimas, a la reparación, a unirnos a Él. Mirar la cruz es mirar la Eucaristía, es contemplar nuestra vida y la cruda realidad del pecado que lleva a la muerte, a destrozar la vida del hombre, a que los demás saquen lo peor de sí mismos.

“Moisés hizo una serpiente de bronce y la colocó en un estandarte. Cuando una serpiente mordía a uno, él miraba a la serpiente de bronce y quedaba curado.” Cambiar la mirada cuando vemos la cruz supone también encontrar el perdón, la misericordia, la puerta de la resurrección, la fuente de los sacramentos, los cimientos de la Iglesia, la alegría de la reconciliación, la fuerza de Dios. Ojalá esta semana hagamos unos ratos de oración mirando al crucificado, leyendo los relatos de la pasión como si fuese la primera vez, colocándonos junto a María para seguir de cerca a Cristo. La Virgen nos ayudará a no huir, a mirar la cruz con toda su crudeza y con toda la fortaleza de la misericordia Divina que surge del costado abierto de Cristo, “porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.”