Eclesiastés 1, 2-11

Sal 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17

san Lucas 9, 7-9

Abrir el Eclesiastés es como apearse por un instante del tiovivo y percibir su movimiento vertiginoso desde fuera. Si Dios no existiese, si no tuviéramos más esperanza que esta vida, el Eclesiastés merecería ser quemado en una hoguera. ¿Para qué amargarse la existencia? Pero si Dios existe, si Cristo ha muerto por nosotros y ha abierto, en su resurrección, las puertas de la eternidad, el Eclesiastés se impone como una sabiduría urgente. Es la voz presurosa de quien nos anuncia que nuestra casa está en llamas y nos muestra la salida de incendios.

He recorrido este verano los pueblos de Castilla, y he orado en sus enormes iglesias de piedra… Pero quienes las construyeron ya no están aquí. He estado leyendo, esta mañana, el libro de las Fundaciones de Teresa de Ávila; tiene todo el calor de lo presente, de lo recién vivido… Pero Teresa de Ávila ya no está entre nosotros. Han pasado casi cinco siglos desde que murió. Estoy releyendo “La Historia de Jesucristo”, del P. Bruckberger. Habla de Hiroshima y de la liberación de París… Pero el P. Bruckberger murió hace ya más de diez años.

Hace poco te alimentaba tu madre, y hoy vives en el extranjero a causa del trabajo…

Mañana volverás y todo habrá cambiado. Ayer eras un católico ferviente, y hoy estás inmerso en una relación sentimental que te ha apartado de Dios… Pero también esa persona, a quien has entregado la vida, morirá. Miras atrás, y te ves haciendo deporte y cometiendo excesos… Hoy apenas tienes salud y tan sólo sobrevives. Vuelvo la vista y me veo en el colegio, diciendo disparates por los pasillos con Antonio, con Ricardo, con Chema… Hoy Antonio está a doscientos kilómetros y es padre de dos niños, he casado a Chema y he bautizado a sus hijos, a Ricardo no lo veo desde hace años, y los disparates los digo por Internet… Cuando queramos hacernos a la idea, nos estaremos enterrando unos a otros… ¡Dios mío! ¿Pero no nos damos cuenta? ¿Aún habrá locos que tengan, como único asidero, el caballito del tiovivo sobre el que van montados?

“Stat Crux dum volvitur orbis”… “La Cruz permanece mientras el mundo gira”. El Crucificado, sereno en su trono, gobierna los vaivenes de este mundo y marca, con sus brazos abiertos, la única puerta de salida hacia la eternidad… ¿No fijaremos los ojos en Él? Hemos visto caer las Torres Gemelas de Nueva York y… ¿No veíais, mientras aquellos edificios se desplomaban, erguirse solemnemente el Crucifijo, como si el World Trade Center lo hubiera estado ocultando vergonzosamente en sus entrañas? Os diré lo que haría yo en la “zona cero”: levantaría un enorme Crucifijo que tuviese el tamaño de aquellas torres, para que nadie perdiese de vista el único punto inmóvil del Cosmos.

¡Mirad los ojos de María, en el Calvario! Ellos señalan el asidero para quienes damos vueltas a toda velocidad en este mundo. En cuanto a lo demás… “¡Vanidad de vanidades, dice Qohelet; vanidad de vanidades, todo es vanidad!”