Santos: Juan Leonardi, presbítero; Dionisio, Rústico, Eleuterio y Domnino, Inocencio de la Inmaculada, Cirilo Beltrán y mártires de Turón, mártires; Dionisio Areopagita, Arnoaldo, Gisleno, Lamberto, Valerio, Demetrio, Nidgar, obispos; Diosdado, Andrónico, abades; Luis Beltrán, Pedro el Gálata, confesores; Atanasia, Publia, abadesas; Abrahán y Lot, patriarcas; Teodofrido, Sabino, monjes.

Pertenece al período de Reforma en la Iglesia. Fruto de la región toscana de Lucca, en el pueblo de nombre Diécimo. Esa región antes religiosísima y escrupulosa en la fe que ahora está agitada por la crisis protestante. Nace en casa de acomodados industriales; la familia practica y vive fiel en el catolicismo. Después de haberse preocupado de que a su hijo Juan se le diese la mejor formación posible al calor del párroco del pueblo, lo encaminan a que estudie farmacia, que en aquel tiempo era lo mismo que droguero, profesión que también tenía algo de filosofía, alquimia y magia.

Aquel joven con promesa no se casa. Algo está pasando. Sin milagrería llamativa, emplea su tiempo en la farmacia de Diécimo, inicia estudios de latín y comienza bajo la dirección del dominico Paolino Bernardini a estudiar teología. Ya habrá muerto su padre cuando cambie las píldoras y pócimas por el ministerio sacerdotal. Se ordena en Pisa el año 1572, tiene treinta y dos años; lo hacen capellán de la iglesia de San Giovanni della Magione y comienza su labor apostólica, destacando de modo especial la enseñanza del catecismo.

El obispo cuenta con él para implantar en otras parroquias la misma actividad catequética en el territorio de Lucca. Juan Leonardi, obligado por la necesidad, al tiempo que escribe su Manual, y funda la Compañía de la Doctrina Cristiana, integrada por seglares y que pronto se extenderá por Siena, Pistoya, Nápoles y Roma. Comienza a destacar su personalidad de organizador para bien de la Iglesia.

Ahora pone en marcha una idea antigua que le rondaba la cabeza. En torno a sí va reuniendo desde el 1574 a un grupo de colaboradores parroquiales que poco a poco, abriendo horizontes y sembrando ilusiones, va preparando para el sacerdocio. Serán los comienzos de la fundación propia que le caracteriza: Los Clérigos Regulares de la Madre de Dios, sacerdotes con ministerio eminentemente parroquial y dispuestos a entregarse desde las parroquias a atender las necesidades de los fieles. No tiene otra ambición que hacer de ellos unos sacerdotes santos, piadosos, bien preparados doctrinalmente y celosos de los intereses de Dios en las almas.

Aquella modalidad de sacerdotes que atienden parroquias como los demás, pero que viven reunidos en torno a una figura del fundador al estilo de los religiosos no fue bien entendida y mucho menos estimada por las autoridades civiles de las que iba a depender en parte la autorización para asentarse, y los recursos materiales para sobrevivir. Mal lo pasó Juan. Rechazo, trabas y pobreza hasta verse obligado a pedir limosna. Pero, como pasa siempre en las obras de Dios, aquellas dificultades sirvieron para crecer en confianza y arreciar en la oración: Intensifica el culto al Santísimo Sacramento con la implantación de las Cuarenta Horas, monta ejercicios de reparación, mueve a la gente con misiones populares y organiza procesiones de penitencia por las calles de Lucca yendo de iglesia en iglesia.

Funda también la Compañía de la Paz para amparar la conversión espontánea y masiva de delincuentes; en ella podrían agruparse en el futuro los que se encontraran en esas circunstancias; pero aquello fue un fracaso por no tener raíz, carecer de formación y estar aquellos sujetos más apegados a sus viejos vicios de lo que parecía en principio. Unos volvieron a las andadas y algunos se integraron en los capuchinos.

Como su carisma es organizar, también fundó algo para mujeres: Las Monjas de los Ángeles, religiosas que se ocuparían de la atención y formación de las muchachas jóvenes. Pero, como no quería estar liado con asuntos en donde las mujeres mandaran, las dejó pronto.

Se dedicó a consolidar la obra principal y a procurar la apertura de nuevas casas hasta que, con el apoyo del cardenal Baronio, consigue asentar la de Roma.

También reunió a su alrededor un conjunto de presbíteros dedicados a la propagación de la fe; este grupo, dispuesto a la primera evangelización, fue asumido y ampliado por la Santa Sede y llegó a convertirse en la Congregación romana llamada Propaganda Fide, colaborando con el cardenal español Juan Bautista Vives en la organización del Colegio.

Clemente VIII aprobó en 1603 las Constituciones de la Congregación, viviendo aún el fundador.

Murió en Lucca, el año 1609.

Pío IX lo beatificó en 1861 y Pío XI lo canonizó en 1938.

Se conservan sus restos en la casa generalicia de Santa María in Campitelli.

No se conocen hechos prodigiosos en su historia que puedan aureolar su figura. Más bien podría decirse que su obra fue gris, corriente y hasta vulgar, con aciertos y fracasos. Pero él puso al servicio de Dios y de la Iglesia los talentos que recibió; trabajó con perseverancia en sacarles todo el jugo sin contentarse con menos y así consumió su vida. No se puede pedir más.