Volvemos a los comentarios “en directo,” es cansado pero da mucha alegría saber que un montón de personas estáis rezando por los que escribimos estas líneas cada día.

Comenzamos el Adviento. Parece mentira, en las tiendas y en las calles ya es Navidad, se han adelantado 24 días. Incluso ya se han hecho previsiones de ventas, de afluencia de público a los sitios y de ganancias durante el periodo navideño. Hay quien ya está gastando la lotería del 22 de diciembre (sin haber comprado el décimo), y los comerciantes rezando a Santa Gertrudis para que llegue le frío y puedan vender la ropa de invierno. ¡Cuántas previsiones! En ocasiones por preparar tanto las cosas se nos olvida vivirlas. Y vivir no sólo el acontecimiento final, sino la misma preparación. Teniendo claro que el Adviento es un tiempo de preparación para la segunda venida de Cristo, vamos a meternos con las lecturas de hoy.

«Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara. Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros lo digo a todos: ¡Velad!» ¿Qué hacer para no dormirse? Disfrutar de estar en vela. Si uno está sentado en la parada del autobús, esperando a que llegue y no puede hacer nada por acercar o alejar ese momento lo normal es que si está cansado se duerma. Sin embargo si uno está preparando su casa para que venga un amigo, disfrute y paséis un buen rato, se lo pasa fenomenal colocándolo todo y no le da tiempo ni para una cabezadita. Pero ¿Y si el amigo tarda?.

Lo primero: que no se nos pase la ilusión de encontrarnos cara a cara con Él. “Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema?” Cuando se endurece el corazón esperamos nuestra fiesta, sin contar que el sentido de todo lo que preparamos es el encuentro con Jesucristo, sin él todo lo preparado es una montaña de colesterol.

Lo segundo: El plato estrella de la fiesta lo trae el invitado, sin Él todo lo demás es insulso, sin sabor. “Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo”. Si algún plato de nuestro menú está preparado al margen de Cristo y de la Iglesia no servirá ni para dárselo a los cerdos. Igual que si alguien entrará en ese momento en vuestra casa y viendo los adornos, los platos, la ambientación…, os preguntaría ¿A quién esperas? La vida de un cristiano tiene que manifestar que esperamos –y además gozosos-, la segunda venida de Cristo y procuramos tenerlo todo preparado, pues Él nos lo ha dado todo.

Y lo tercero: “Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!” Sabemos que un día compareceremos ante el Señor, ya sea en su segunda venida o tras nuestra muerte, y aferrados a Él somos fieles como él es fiel. La esperanza del Adviento nos enriquece, nos lleva a plenitud, nos hace ser mejores hijos que van comprendiendo –cada día con más profundidad-, la grandeza de nuestro Padre Dios. Sólo se puede ser fiel si sabemos cada día más de quién me he fiado.

Pues a no dormirnos. Cuando nos llegan noticias de tantos que no sólo se duermen sino que transforman la luz en tinieblas tenemos que despertarnos del sueño y despertar a muchos, decirles a todos: ¡Velad!.

Si te entra sueño mira a nuestra Madre del cielo que no para de preparar nuestra estancia detalle tras detalle, sin desfallecer, y de su mano sigue preparando la llegada de Aquel al que anhelamos y gritamos: ¡Ven, Señor Jesús!