Ayer por fin me agujerearon el témpano y vuelvo a escuchar algo que no sea un pitido. Parece mentira que para arreglar algo haya que romperlo, suele ser lo contrario. Aunque en los anuncios de pegamentos te venden que lo pegado queda más fuerte que lo original, no suele ser real. Lo mejor es preservar las cosas sin romperlas para que duren, como empecemos con pegamentos y apaños suelen acabar en la basura.

«No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo.

El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca.

Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.

El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se salieron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se hundió totalmente.» No me importa volver a poner el Evangelio entero de hoy para releerlo. Creo que hoy es tan actual como siempre. Tristemente la Iglesia está en el ojo, la boca y la tecla de media humanidad que opina, “informa”, comenta y dice. Puedes encontrar a los, por decirlo así, de un lado y de otro, con la Iglesia en boca de todos. Y con muy buena voluntad o con mucha mala leche van destrozando el cuerpo de la Iglesia tirando cada uno para su lado. “Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: Abrid las puertas para que entre un pueblo justo, que observa la lealtad; su ánimo está firme y mantiene la paz, porque confía en ti”. Las ciudades fuertes se mantienen fuertes y útiles si se entra por la puerta, no si se tira el muro para que entre todo el mundo o se cierra la puerta con bloques de piedra para que no entre nadie. Eso sí, una puerta con los goznes bien engrasados y que se pueda abrir y cerrar fácilmente…, pero la puerta. La Iglesia no puede ser la casa de tócame Roque, llevada por los vientos de los tiempos, las modas o los gustos de unos y de otros para anunciarse a sí mismo. Cristo es el mismo ayer, hoy y siempre y el mundo cambia por lo que las formas y maneras deberán cambiar, el Evangelio y Cristo nunca. Y Cristo es la puerta. Otros querrán tener una ciudad sin murallas, para diluir el Evangelio en el mundo. Otros querrán cerrar a Cristo y abrir sus propias puertas estrechitas y escondidas para que sólo pasen los suyos…, pero así sólo se debilita el cuerpo de Cristo y la Iglesia se vuelve in-creible.

Cuando estaba en el seminario nos enseñaban la teología de la duda y la crisis. ¿Por qué no anunciamos al mundo lo que tenemos: una ciudad fuerte? Aferrados a Cristo no hay nada que temer. Ciertamente habrá retos, desafíos e incluso enemigos de la Iglesia a los que tratar…, pero desde la fortaleza de la fe, no desde la debilidad de la división, el complejo o la timidez de tener que pedir perdón por anunciar a Cristo. No es malo que la ciudad sea fuerte. No es prepotencia ni poderío. Nuestra fortaleza es la caridad de Cristo y el hermano que ayuda al hermano es como una ciudad fuerte. Cuando los hermanos nos dedicamos apegarnos de tortas, a insultarnos o a asemejarnos a los políticos con la frase de “y tú más”…, estamos debilitando la ciudad.

Ama al Señor, ama a la Iglesia y construye sobre roca. María es el fundamento de nuestra ciudad, preparando la fiesta de la Inmaculada pidamos una Iglesia Santa, Inmaculada y fuerte…, no para imponerse sino para atraer.