Uno de los problemas más preocupantes hoy en nuestra sociedad es que muy pocas personas reconocen que se han equivocado, que han actuado mal o que han hecho algo que estaba mal. No digamos que reconozcan que han pecado. Pregúntate cuántas veces lo has escuchado de alguien que lo ha reconocido en privado o públicamente. Y, pregúntate a ti mismo. Quizás te sobren dedos de la mano para contar las personas o las veces. También es muy preocupante entre los creyentes hoy en día, lo poco que se acude al sacramento de la Reconciliación, a confesarte, a reconocer lo que menos te gusta de tu vida: tus pecados.

La autosuficiencia impuesta como un signo de fortaleza en el ambiente actual y la relativización de los principios éticos y morales básicos, nos están llevando a estas actitudes soberbias y a una pérdida de donde está el norte. «Todo esta bien» porque lo que haces depende de tus intereses, de los intereses de algunos, de como lo mires, del objetivo bueno que tengas o un fin que esté bien visto. De lo que hayas hecho, no recapacites. Luego, lo «divertido» es que muchos se escandalizan por los casos de corrupción y están indignados por lo que hacen los demás, cuando aprueban y participan de estos «dogmas» actuales. Y no nos engañemos, los encontramos también en nuestras parroquias.

Jesús responde hoy a esta situación con una parábola en la que, con mucho sentido común, nos hace caer en la cuenta de lo importante que es reconocer nuestros errores, que nos hemos equivocado, que hemos actuado o estamos actuando mal. Recapacitar, reconociendo una mala decisión, un pecado, una debilidad o una actitud que está mal, es la oportunidad que hace posible cambiar las cosas, mejorar, transformar tu vida. No es sinónimo de ser una persona débil, sino, de todo lo contrario, de ser una persona fuerte. Más aún, es propio de un hijo de Dios. Pero, para ello, Sofonías, el salmo 33 y Jesús insisten en que trabajemos y pidamos ayuda para vivir actitudes personales y comunitarias de pobreza, de humildad y de confianza en Dios.

Los pecadores arrepentidos, afligidos, atribulados, adelantan en el camino del reino de Dios y son librados y redimidos por el Señor. Los que recapacitan y se convierten. Esto lo promete el Señor en la profecía de la primera lectura, en el contexto de la denuncia de Sofonías a la ciudad de Jerusalén como un cúmulo de maldad que no escarmienta ni recapacita. La Palabra de Dios en este adviento nos anima a acoger esta promesa y a aprender del primer hijo de la parábola: «nunca es tarde si la dicha es buena». Experimenta el perdón de Dios, su consuelo, su gracia, su abrazo reparador que nos libera de nuestra culpabilidad, de nuestra angustia. Yo lo he experimentado y es impresionante lo que va haciendo en ti.