Comienza el tiempo ordinario y el evangelio nos presenta algo tan extraordinario como la amistad con Cristo. ¡Menudo contraste! Lo ordinario y lo extraordinario juntos. Ese es el gran misterio de Dios, la lógica de la encarnación, la sabiduría de Dios. Lo más grande en lo más pequeño. Lo más extraordinario en lo más ordinario. El evangelio de hoy nos sitúa de lleno ante la realidad cercana del misterio de Jesús. Después de haber celebrado la Navidad y ver lo capaz que es Dios de estar cerca del hombre, ahora nos pide situarnos ante Él: Se ha cumplido el plazo, está cerca el reino de Dios: Convertíos y creed en el Evangelio. Y un poco más adelante a Simón y a su hermano y a los hijos del Zebedeo les dirá: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.

Tres son las acciones que Jesús nos pide hoy: convertíos, creed y venid. Estas pueden ser las claves que nos ayuden a vivir con intensidad este nuevo tiempo litúrgico.

En primer lugar nos invita a cambiar: ¡Convertíos! Consiste en cambiar de mirada, en dejar de mirarnos a nosotros mismos y poner nuestros ojos en Jesús. La conversión no es cuestión de un momento sino de un estado de vida, se trata no tanto de cambiar cosas sino de vivir en continuo estado de conversión, en vivir, como diría San Pablo a los hebreos, con los ojos fijos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús (Hb 12, 2).

En segundo lugar nos invita a ver: ¡Creed! En esto consiste la fe, en ver. Si la conversión implica mirar a Cristo y dejarse de mirar a uno mismo y dar vueltas entorno a uno, la fe implica mirar como Cristo. En esto nos insistió el papa Francisco en la encíclica Lumen Fidei:  La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver (LF. 18). Esta invitación del Señor nos lleva a dar un pasito más en nuestra relación con Él: mirarle a Él y mirar las cosas como Él.

Finalmente nos invita a estar: ¡Venid! El proceso de la conversión que nos lleva a la fe finalmente nos conduce a la amistad: ¡Venid conmigo! En esto consiste la vida cristiana, en una amistad con Cristo. No sólo es mirarle a él y mirar como Él. Se trata de algo mucho más grande: mirar con Él. La invitación consiste en vivir con Él. Ahora todas mis acciones cobran una riqueza mayor. Trabajo con Él, estudio con Él, paseo con Él, etc.

¡Qué extraordinario es el tiempo ordinario! Pidamos a la Virgen María que nos conceda la gracia de vivir con los ojos puestos en Jesús para mirar con Él y como Él.