Lo extraordinario de la persona de Jesús sigue llamando la atención de todos aquellos que descubren la presencia del Señor. Ayer el asombro se apoderó de los primeros discípulos de Jesús al recibir la invitación a convertirse en pescadores de hombres. Hoy ante la expulsión de los demonios todos se preguntan: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les manda y le obedecen.

No dejaba a nadie indiferente. Ante Él había que tomar partido. Era especial, muy especial. Que se lo digan si no a la samaritana que después de estar hablando un buen rato con Él empezó a notar  que algo pasaba en su corazón, “me ha dicho todo lo que he hecho”. Lo mismo pasó a los dos que iban camino de Emaús, tras un buen paseo con Él algo empezó a arder, ¡sí, sí! a quemar como el fuego, dentro de ellos… Y así podríamos continuar  repasando uno a uno  a todos los personajes del Evangelio. Pero ¿qué tiene este hombre? Habla con autoridad, no habla como los demás maestros, manda callar a los vientos y le obedecen, los malos espíritus salen nada más escuchar su voz… Pero ¿quién es ese hombre?

No dejaba a nadie indiferente. Hasta tal punto era esto cierto que llegado un momento de la conversación el interlocutor de Jesús (que así se llamaba: Jesús de Nazaret) antes o después se preguntaba ¿no será éste el Mesías? ¿No será este el que tenía que venir al mundo? Tan es así que un día Juan, su primo el bautista, mandó a sus discípulos a que le preguntaran: ¿Eres tú el que tenía que venir o tenemos que esperar a otro? Y Jesús les respondió: Id y anunciad a Juan lo que estáis viendo y oyendo… (Jn 7, 22-23) Jesús les remite a su experiencia, a que vean sus acciones porque lo que El hace refleja lo que Él es… “los ciegos ven (y si no que le pregunten a Bartimeo [Mc 10, 46-52] o al ciego de nacimiento [Jn 9,1-41]), los cojos andan (y ahí está el paralítico de la camilla para atestiguarlo [Jn 5, 1-16]), los leprosos quedan limpios (¡además de 10 en 10! [Lc 17, 11]) y los sordos oyen (que ya lo pueden contar porque además de oír les hace hablar [Mc 7, 31-37]), los muertos resucitan (y esto lo acaban de ver con el hijo de la viuda de Naín [Lc 7, 11-17]) y los pobres son evangelizados (continuamente y con grandes sermones en el monte [Mt 5-7] y no sólo esto sino que también animaba a la gente a que los invitaran a comer [Mt 14, 13]).

Y todo esto que hace ¿qué muestra? Lo que Jesús es: el Señor, Dios. Por eso acaba diciendo: “¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!”. Ya no hay más que decir y ya no hay que esperar a otro, Juan el bautista lo tiene claro: Es Él. Y yo ¿Lo tengo claro o continúo esperando a otro?

Mira tu vida, mira a tu alrededor, levanta la mirada, mírale a los ojos ¿no será Él el Mesías? ¿No será Él el salvador de tu vida? ¿No será Él quién hará grande y bella tu vida?

Juan lo tuvo muy claro y por eso a sus discípulos, cuando vio pasar a Jesús les dijo: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. No lo penséis más. ¿Queréis vida grande? ¿Queréis vida plena? ¿Queréis vida hermosa? Pues entonces ¡seguidle!