Vocación de San Mateo

Muchas veces cuando leemos pasajes del Evangelio nuestra imaginación tiende a buscar la escena de lo que leemos para hacer el pasaje más vivo en nuestro interior. Es lo que San Ignacio de Loyola llama la composición de lugar como elemento importante de su método de oración que propone en el libro de los Ejercicios Espirituales. Pues bien, a mí cuando leo el evangelio de la vocación de Mateo la imaginación me trae a memoria el cuadro de la vocación de San Mateo que el pintor italiano Caravaggio pintó para la Capilla Contarelli que se encuentra en la Iglesia de San Luis de los franceses en Roma.

De este cuadro me impresiona los tres dedos que aparecen con fuerza: el de Jesús, el de Mateo y el de Pedro que acompaña a Jesús. Tres dedos que señalan tres actitudes. El dedo de Jesús marca la fuerza de la elección («Te elijo a ti»). El de Mateo, en cambio, la admiración ante la elección («¿A mí?»). Y el de Pedro, la sorpresa ante la elección de un pecador («¿A este?»).

El dedo de Jesús recuerda mucho al dedo creador de Dios Padre que Miguel Angel pintó en la Capilla Sixtina. Y es que la elección de Dios para Mateo será como una nueva creación, pues de pecador público pasará a convertirse en apóstol del Señor. Dios nos llama y nos señala con el dedo. El papa Francisco en una de las entrevistas que le hicieron hacía referencia a este dedo:

Cuando venía a Roma vivía siempre en Vía della Scrofa. Desde allí me acercaba con frecuencia a visitar la iglesia de San Luis de los Franceses y a contemplar el cuadro de la vocación de san Mateo de Caravaggio. Ese dedo de Jesús, apuntando así… a Mateo. Así estoy yo. Así me siento. Como Mateo. Esto es lo que yo soy: un pecador al que el Señor ha dirigido su mirada…

Si nos fijamos en el dedo de Mateo vemos como el todavía publicano se queda admirado de la elección de Dios. ¿Cómo puede ser? ¿A mí me llama el Señor? Le sucede lo normal ante la acción de Dios y es la de reconocerse muy pequeño ante el mismo Dios que me llama. El papa Francisco lo ha dicho preciosamente: un pecador al que el Señor ha dirigido su mirada.

Finalmente el dedo de Pedro parece preguntarse: ¿Pero a este llama Jesús? En el fondo es la cuestión de la sorpresa de los escribas fariseos: ¡De modo que come con publicanos y pecadores! ¿Cómo puede ser? ¿Cuales son los criterios de la elección de Dios? ¿Cómo Dios puede pedirle esto a este? Y así podríamos seguir poniendo preguntas que muchas veces nacen de nosotros ante la acción del Señor que nos sorprende como a Pedro.

Es precisamente el dedo de Jesús el que con su fuerza nos sostiene en la elección que el Señor nos hace. También nosotros somos unos pecadores a los que el Señor ha dirigido su mirada. Pidámosle hoy no apartar, tampoco nosotros, la mirada de él.