Hebreos 5, 1-10

Sal 109, 1. 2. 3. 4

san Marcos 2, 18-22

“En aquel tiempo, los discípulos de Juan y los fariseos estaban de ayuno. Vinieron unos y le preguntaron a Jesús: -«Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?»”. Se ve que en todo tiempo están sueltos los expertos en las formas. No escuchaban las palabras de Jesús, no se preguntaron como ayer los discípulos “Maestro ¿dónde vives?”. Siendo buenos -podrían ser discípulos de Juan-, se fijan en lo exterior, en las formas. Como sólo miraban el envoltorio no se fijaron en el regalo, no descubrieron “que el novio estaba con ellos”.

También nosotros nos fijamos demasiado en el envoltorio de vez en cuando. No sólo en las construcciones y piedras, también en lo que hacemos. Celebrar la Eucaristía se ha convertido muchas veces en “ya he ido a Misa”. Recibir el perdón de Dios y acogernos a su misericordia en la Reconciliación se ha vuelto en el “ya me he confesado”. Ponemos el acento en lo que hacemos nosotros y no en lo que Dios hace en nosotros. Ahogamos la novedad de Cristo (novedad que siempre es actual) con la presencia del hombre viejo y así “revientan los odres, y se pierden el vino y los odres”.

El manto nuevo y el vino nuevo es el mismo Cristo y, por lo tanto, los cristianos que hemos sido identificados con él por la acción del Espíritu Santo en nuestro bautismo. Como esperamos el cielo nuevo y la tierra nueva ayunamos, pero sin olvidar que el novio ha estado con nosotros, está con nosotros y seguirá siempre con nosotros. “ Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna, proclamado por Dios sumo sacerdote, según el rito de Melquisedec.” Muchos pretenden presentar a Cristo como algo viejo, del pasado, superado por el avance imparable de la civilización (llamar civilización a una sociedad que mata a los niños en el vientre de su madre, a los ancianos en sus camas, condena a la inanición a media humanidad y gasta sus bienes en métodos de matar…). Esa civilización sigue mirando el envoltorio, poniendo lazos y adornos en una caja que muchas veces está vacía pues ha despreciado el regalo, pero se regodea en su trabajo, un trabajo inútil.

Nuestra Madre la Virgen no miró el envoltorio, agarró el regalo entre sus brazos y comprendió su novedad. Pidámosle a ella que nos ayude a descubrir la presencia de Jesús en medio de nosotros.