Hoy celebramos la memoria de los santos Timoteo y Tito. Ambos fueron colaboradores de san Pablo en la misión de evangelizar y regir. Si ayer no hubiera caído en domingo habríamos celebrado la conversión del apóstol de las gentes. Esa continuidad en la liturgia nos hace pensar también en la continuidad de la Iglesia. San Pablo era un volcán. Su vida era Cristo y le urgía comunicarlo a todos. Cuando una ciudad ya había sido evangelizada necesitaba irse a otra. Así le impulsaba el amor a Cristo. Sólo al final de su vida, encarcelado en Roma, permanece en un lugar, aunque sin dejar su apostolado.

Pero Pablo piensa en la Iglesia. Timoteo y Tito presidieron las comunidades de Éfeso y Creta, respectivamente. Ambos fueron obispos. A ellos les tocaba continuar la obra que Dios había iniciado con Pablo. Así, la Iglesia es misionera, pero también la Iglesia custodia la fe que le ha sido dada. Hemos de mantener la gracia que hemos recibido y hemos de comunicarla. Ambas cosas son necesarias y no se excluyen para nada.

Una de las cosas en las que insiste el Papa Francisco es en que las comunidades no se cierren sobre sí mismas, sino que estén abiertas al anuncio del evangelio. La comunicación entre Pablo y sus discípulos, a los que puede llamar hijos y también hermanos, nos muestra ese dinamismo de la Iglesia. Hoy me lleva a pensar en lo importante que es la comunicación de bienes entre todos los miembros de la Iglesia. Y a darme cuenta, una vez más, de que todos los lugares en los que se realiza la misión (en los países ya cristianos o en los sitios donde es preciso el primer anuncio), hay una misma Iglesia.

San Pablo exhorta a Timoteo a revivir el don que recibió por la imposición de manos. Viene a decirle, y también a nosotros, que la vida de la gracia tiene que dar frutos abundantes y, por ello es necesario cuidarla. La gracia tiene un dinamismo propio, que nos transforma y que también tiende a darse a los demás.

Hoy recordamos a dos santos que llegaron a serlo por mediación de un tercero. Así dispone las cosas Dios. Pablo, al escribir a Timoteo y a Tito es como si les estuviera diciendo: “dejad que el don de Dios fructifique en vosotros para que así llegue a otros; para que el amor de Dios y su salvación alcance a muchos”. También nosotros hemos recibido la fe gracias al trabajo misionero o catequético y a la oración de otras personas. Esta fiesta, que nos habla de la vida misma de la Iglesia, nos anima a querer comunicar la fe, a ser apóstoles.

El Pablo que anima a su discípulo es el mismo que se alegra contemplando su fe. Es maravilloso poder reconocer en el mundo las obras de Dios y, al mismo tiempo, sentirse colaborador suyo.

Que la Virgen María nos ayude a darnos cuenta de todas las obras de la gracia que se siguen produciendo y nos enseñe a ser instrumentos dóciles a la gracia para que también sepamos llevar a Jesús a los demás.