Comentario Pastoral
ENSEÑAR CON AUTORIDAD

El significado global del mensaje religioso de la liturgia de la Palabra de este cuarto domingo ordinario es la alegría y el estupor que provoca la presencia de Jesús. Su enseñanza nueva y su poder sobre los demonios impresionó hondamente a la multitud de Cafarnaún. «Cuando el sábado fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su enseñanza, porque no enseñaba como los letrados, sino con autoridad”.

San Marcos no nos narra el contenido específico de la enseñanza de Jesús durante la liturgia sinagogal del sábado, el día sagrado dedicado al descanso y a la oración de los hebreos piadosos. Nuestro evangelista está principalmente interesado en subrayar la autoridad con que habla Jesús y el poder extraordinario con que actúa frente a Satanás. Su palabra tiene eficacia inmediata y libera al hombre del espíritu devastador para restituirlo a su dignidad y libertad primera.

La autoridad de Jesús en la enseñanza de su doctrina, unida a la acción liberadora de los espíritus inmundos, es el primer signo revelador del misterio de Cristo, el Hijo de Dios. El estupor y temor religioso que siente la multitud es la primera pista para tratar de comprender quién es verdaderamente Jesús de Nazaret.

No enseñaba de manera repetitiva, como hacían los escribas de su tiempo; no decía cosas, como un simple maestro. Hablaba como el Señor. La autoridad de Jesús es un elemento insuprimible de la cristología del Nuevo Testamento y el eje en torno al cual gira todo el misterio mesiánico. Los textos de la Biblia, leídos y comentados por Jesús, se enriquecen con nuevos contenidos y perspectivas inimaginables.

La autoridad que Jesús manifiesta en sus palabras y obras es la misma plenitud de poder que pertenece solo al Omnipotente y la absoluta posibilidad de obrar propia de Dios. Aquí está el secreto de su autoridad; no es solamente un hombre, ni un simple profeta, ni un enviado o portavoz sino el Hijo de Dios. Jesús habla la Palabra que es él mismo, Palabra hecha carne, Palabra omnipotente, Palabra soberana, Palabra creadora.

Jesús es la Palabra definitiva de Dios al mundo; por eso su enseñanza es luz para el camino de la vida. Jesús es el Santo de Dios, que tiene la misión de salvar integralmente al hombre y de reconstruir el mapa maravilloso de la creación original.

Avelino Cayón

 

Palabra de Dios:

Deuteronomio 18, 15 20 Sal 94, 1 2. 6 -7. 8-9
san Pablo a los Corintios 7, 32-35 san Marcos 1, 21-28

Comprender la Palabra

El contexto de la lectura del libro del Deuteronomio son las exhortaciones sobre los profetas que anuncian la permanencia del ministerio profético en Israel hasta la llegada del Profeta por excelencia, el Mesías. En el fragmento que leemos hoy recoge las señales que distinguen al verdadero del falso profeta. El profeta recibe el encargo de anunciar la Palabra que reciba de Dios al pueblo. Es un intermediario autorizado y que disfruta de la autoridad divina recibida para la misión. Si es el portavoz de Dios, es necesario que le preste atención y le escucha. El Dios trascendente y espiritual necesita que su palabra se encarne para que el hombre pueda tener acceso a ella. Esa es la tarea singular de la misión profética.

En la segunda lectura seguimos leyendo la respuesta que Pablo dio en su primera carta a los Corintios sobre la virginidad y el matrimonio y el verdadero sentido y función de ambas situaciones vitales. Pablo explica el sentido del celibato cristiano: poder dedicarse más plenamente a los asuntos del Señor; la evangelización y la proclamación de la Palabra. El celibato y la virginidad (singular exigencia del Evangelio) para entregarse a los asuntos del Señor, en una posibilidad para el creyente, pero libremente asumida. San Pablo contempla el celibato en el conjunto de la espera escatológica. El matrimonio es una realidad sagrada, asumida y aceptada por todos, pero para el tiempo presente. El celibato es lo novedoso, lo singular, lo que llama la atención. El sentido del celibato, en la misión, está orientado a entender la esperanza del fin.

Este domingo nos sitúa a Jesús en la aldea de Cafarnaúm, junto al lago de Galilea. Jesús inaugura su actividad pública en la sinagoga de Cafarnaúm, que era una población fronteriza de escasa importancia en la ribera norte-occidental del lago de Galilea. Los que se reunían el sábado en la sinagoga advirtieron enseguida que Jesús de Nazaret era distinto de sus maestros habituales, por cuanto él hablaba y actuaba con una misteriosa e irresistible autoridad.

Lo más importante del sábado como día santo para un israelita es participar en la liturgia sinagogal. Jesús había asistido habitualmente a la liturgia sabática desde la infancia. Ahora, además de escuchar, enseña. Sus comentarios sinagogales fueron vehículo normal del Evangelio. Al pueblo le impresionó sobremanera el tono de autoridad con que Jesús hablaba. Testigo de la verdad y seguro de su misión, se hacía trasparente en su palabra la fuerza irresistible de la voluntad de Dios.

La antigua pedagogía profética solía realizar la invisible verdad en signos perceptibles. El Santo de Dios iba a derrocar en el mundo de los hombres el imperio del Mal. Al recordar aquella espectacular victoria de Jesús sobre los «espíritus impuros», Marcos pensaría especialmente en la progresiva evangelización del paganismo romano. Al margen de lo que se pueda opinar sobre el carácter espiritual o psíquico de la posesión diabólica, su irresistible liberación por la sola Palabra era, a los ojos del pueblo, un impresionante signo de cómo la nueva doctrina empezaba a rendir el orden del mal en el mundo de los hombres a la soberanía de la santidad de Dios.

El próximo domingo se leerá la continuación del «sábado en Cafarnaúm». El poder del Mesías se manifestará en fascinadora humanidad al servicio de los enfermos y los humildes.

Ángel Fontcuberta

al ritmo de las celebraciones


LOS MINISTROS DE LA ORACIÓN DE LOS FIELES

La oración de los fieles, al igual que las demás partes de la celebración, ha de tener sus ministros o servidores, a fin de facilitar la participación de la asamblea.

Si el estilo elegido comienza con una monición dirigida al pueblo explicando a los fieles lo que se les propone pidan a Dios, más que con una oración dirigida a Dios, corresponde al diácono, si lo hay; si no hay diácono, la puede hacer cualquiera de los participantes o incluso el mismo celebrante. La parte que se dirige a Dios, en cambio, por ser plegaria propiamente dicha, o la dice el que preside o algún miembro de la asamblea.

No existe en los libros litúrgicos ninguna rúbrica que haga referencia a que varios participantes, uno tras otro, desfiles al ambón y propongan las intenciones; este modo de proceder es, en el fondo, equívoco porque parece dar a entender que estos diversos miembros son quienes hacen sus diversas oraciones personales… pero no son los diversos participantes personalmente quienes presentan a Dios sus peticiones sino la comunidad de los fieles el verdadero sujeto de esta importante Oración. Los que proclaman estas intenciones han de hacerlo de tal forma que se vea claro que su oficio es ministerial, no personal, a fin de ayudar a los fieles a ejercer su oficio como
pueblo sacerdotal o pueblo orante.

Lo más habitual es, pues, que un ministro proponga a la asamblea litúrgica las diversas necesidades o personas por las cuales a los fieles se les propone orar. Ante la propuesta o monición del ministro -monición que propiamente no es oración a Dios sino sugerencia a la asamblea (a los fieles)- oran y piden a Dios que les escuche. Las intenciones más personales no han de ser espontáneas (por ejemplo: «Señor, te pido por mi padre gravemente enfermo»), sino escritas y aprobadas previamente por quien preside la celebración; la formulación podrá ser, por ejemplo: «Para que Dios retorne la salud a N., padre de nuestra hermana N., roguemos al Señor».


Ángel Fontcuberta

 

Para la Semana

Lunes 2:
La Presentación del Señor. Jesús entra en el templo y es presentado y rescatado por la ofrenda.

Malaquías 3,1-4. Entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis.

O bien:
Hebreos 2,14-18. Tenía que parecerse en todo a sus hermanos.

Sal 23. El Señor, Dios de los ejércitos, es el Rey de la gloria.

Lucas 2,22-40. Mis ojos han visto a tu Salvador.
Martes 3:
Hebreos 12,1-4. Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos.

Sal 21. Te alabarán, Señor, los que te buscan.

Marcos 5,21-43. Contigo hablo, niña, levántate.
Miércoles 4:
Hebreos 12,4-7.11-15. Dios reprende a los que ama.

Sal 102. La misericordia del Señor dura siempre, para los que cumplen sus mandatos.

Marcos 6,1-6. No desprecian a un profeta más que en su tierra.
Jueves 5:
Santa Águeda virgen y mártir, venerada desde antiguo en Sicilia y Roma.

Hebreos 12,18-19.21-24. Os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.

Sal 47. Oh Dios, meditamos tu misericordia en medio de tu templo.

Marcos 6,7 -13. Los fue enviando.
Viernes 6:
San Pablo Miki y eompañeros, mártires (+ 1597), mártires japoneses crucificados.

Hebreos 15,1-8. Jesucristo es el mismo ayer y hoy y siempre.

Sal 26. El Señor es mi luz y mi salvación.

Marcos 6,14-29. Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado.
Sábado 7:
Hebreos 13,15-17.20-21. Que el Dios de la paz, que hizo subir de entre los muertos al gran Pastor, os ponga a punto en todo bien.

Sal 22. El Señor es mi pastor, nada me falta.

Marcos 6,30-34. Andaban como ovejas sin pastor.