Las parábolas de Jesús se fijan en nuestra imaginación con facilidad. Ello nos permite volver una y otra vez a ellas y recorrerlas con la mirada interior de la memoria. Muchas veces Jesús utiliza imágenes de la vida cotidiana para describirnos los misterios del Reino. Esa facilidad de Cristo para hacer de cualquier situación una imagen nos habla de la sabiduría propia del Hijo de Dios. Pero también nos indica que cualquier cosa, si sabemos apreciarla en lo que es, puede remontarnos hacia Dios.

Hoy leemos en el evangelio lo parábola del sembrador y también la explicación que Jesús hace de ella. Jesús, con la parábola quiere captar nuestra atención, y con la explicación quiere ganar nuestro corazón. Ambas van unidas. Jesús habla a todo nuestro ser (a la imaginación, al afecto, a la inteligencia…). La semilla que siembra está llamada a transformar al hombre completo. Jesús quiere salvarnos en todo nuestro ser.

Al hablarnos mediante parábolas se pone a nuestro nivel. Y esto es bonito considerarlo. El lenguaje de Dios a veces nos parece muy difícil pero, al escuchar las parábolas de labios de Jesús, entendemos que quiere hacerse entender por todos. Igualmente nos indica que lo más importante no está en palabras complicadas o en argumentos abstrusos, sino en conocer el amor que él nos ofrece gratuitamente. Es por ello que mucha gente sencilla y casi sin instrucción ha llegado a un gran conocimiento del evangelio. Han dejado que el amor de Dios entrara en su corazón y allí se ha hecho vida.

Ello no significa que no queramos conocer cada vez mejor lo que Jesús nos enseña. Precisamente hoy celebramos también la memoria de santo Tomás de Aquino. Este doctor de la Iglesia, que vivió en el sigo XIII, dedicó toda su vida al estudio y enseñanza de la teología. La Iglesia recomienda vivamente su doctrina. Pero, aunque reconocemos su ciencia, lo que sobre todo recordamos y queremos imitar es su santidad. Él se nos aparece como un ejemplo de esa tierra buena que recibe la semilla y deja que esta se desarrolle con total normalidad para que dé el fruto correspondiente.

Por otra parte Jesús señala algunas cosas que pueden impedir que su semilla arraigue en nosotros. Se refiere a la falta de constancia, a la fascinación por las riquezas, a los miedos ante la dificultad y a la misma acción del demonio. Nuestra vida cristiana se ve amenazada por muchas partes. Por ello es menester cuidar de la semilla. Parece como si el Señor nos dijera: yo te ofrezco mi gracia con total liberalidad, pero quiero que tú la cuides. El hecho de que te la dé con generosidad (en la imagen del sembrador que distribuye la simiente ofreciéndola a todos), no significa que tú la debas recibir con despreocupación, antes bien al contrario.

Dios nos da con generosidad porque él es el mismo amor. Nosotros necesitamos ese amor. Nuestra tierra, sin él, está vacía. La espiga que llega a manifestar la fecundidad de la semilla indica también la vida lograda según el designio de Dios. Pidamos, pues, al Señor, que nos conceda acoger su palabra y que ella sea fecunda en nosotros.