Al leer el evangelio de hoy siento que Jesús me pide seriedad. Pienso en estas palabras “el que tenga oídos que oiga”. Entonces, ¿siempre que leo el evangelio o que escucho una predicación, estoy al tanto de lo que Dios me quiere decir? Porque, no puedo dejar de pensarlo, detrás de cada frase del Evangelio hay algo que el Señor desea comunicarme. Igual que, a través de múltiples acontecimientos e intermediarios, seguro que quiere decirme alguna cosa. Así que, pienso, debo ponerme las pilas y resintonizarme con el Señor.

Sé que muchas veces atiendo distraídamente. Es decir, me quedo con un mensaje superficial. Igual, como hoy, me sé el texto porque lo he oído muchas veces. Pero no me detengo a mirar qué es lo que Dios me dice hoy. Qué es lo que quizás espera que yo hoy entienda. Así que con esa exhortación Jesús me llama a salir de mi pasividad y ha hacer algo, a fijar mi atención para que conozca mejor su voluntad.

Pienso también que esa luz de la que habla el evangelio de hoy se puede referir a dos cosas. Por una parte es la misma palabra de Dios que viene a nosotros y que, por ejemplo, se nos da a través del Evangelio. Ha de ser puesta en lo alto. ¡Cómo me gusta ver, en algunas celebraciones, que avanza el diácono, al inicio de la misa, con el evangeliario en alto! Su palabra, como dice algún salmo, es luz que ha de iluminar nuestros pasos. Pero, yo puedo tomar esa lámpara y esconderla bajo mi cama. Puedo sofocar esa luz que brota del mismo Jesús (él es la luz) y que se difunde a través de sus palabras, de la narración de su vida, de la vida que sigue propagándose por la Iglesia. Sí, puedo recibirla y ofuscarla, colocándola bajo la cama de mi indiferencia, mi soberbia, mi pereza, mi egoísmo,…

Por otra parte se me ocurre que dicha luz puede referirse también a los dones que el Señor nos otorga a cada uno. Entonces quizás yo pueda guardármelos para mí mismo. Descubro algo que el Señor desea que haga y me niego a cumplirlo. Esto me recuerda al profeta Jonás, cuando Dios le encarga que predique en Nínive y él se resiste. Me doy cuenta de que tengo que hacer examen de conciencia. Quizás principalmente deba fijarme en los pecados de omisión, en todo lo que he dejado de hacer y que correspondería a mi condición de hijo de Dios.

La primera lectura también me anima a ello. La carta a los Hebreos nos habla de que Jesús nos ha abierto el acceso hasta Dios Padre. Es decir, los cristianos, gracias al sacrifico de Jesús podemos llegar con nuestra oración al mismo Dios. Así ya sé que cada día puedo hacer muchas cosas. Puedo pedir a Dios por tanto mal que veo en el mundo; interceder por conocidos y desconocidos que sé que necesitan consuelo, o luz, o fortaleza,… puedo presentar cada día a Dios mi trabajo, que intento realizar con la ayuda de Dios. Sí, puedo hacer mucho porque Jesús me ha abierto un camino hacia la vida eterna.

Pido a la Virgen María que me ayude a estar como ella atenta a todo lo que Dios quiera decirme. Y también quiero aprender de ella a cumplir la voluntad de Dios. Me siento débil, pero ella es mi Madre y no me va a dejar solo.