¿Es verdad que el Dios del Antiguo Testamento es distinto del Dios-Amor revelado en Jesucristo? Muchos cristianos lo piensan todavía. De hecho, algunos piensan que si no se leyesen los pasajes del Antiguo Testamento en las misas, no se perdería mucho. Porque no se entiende ese Dios que se muestra muchas veces castigador con su pueblo, colérico, celoso, vengativo con los enemigos, incluso violento y sanguinario. Parece distinto del Dios misericordioso y reconciliador de los brazos de Cristo.

Sin embargo, ¿qué hemos cantado hoy en salmo? Escucha bien: “como un padre siente ternura por sus hijos, así el Señor siente ternura por sus fieles”. Este Dios de la antigua alianza, es un dios capaz de una ternura maravillosa, como la de un padre. También hemos cantado: “no te olvides de sus beneficios”, “su misericordia dura por siempre”. ¿No es éste el Dios que hemos conocido en Jesucristo? ¿No se parece a él? Sí, es el mismo.

No lo dudemos, así lo afirmó S. Juan Pablo II en un discurso en Abril de 1997 : “ La Iglesia ha rechazado con firmeza este error (de distinguir el Dios del AT del Dios del NT), recordando a todos que la ternura de Dios ya se manifiesta también en el Antiguo Testamento”. Es más, no se puede ir a la universidad del maestro Jesús sin pasar por la escuela del Antiguo testamento. No se puede decir que Jesús es Dios si no se conoce y se cree en el Dios de Israel.

Así les pasaba a los familiares y vecinos de Jesús: fueron incapaces de descubrir su divinidad porque no le vieron como el Dios de sus padres. Sus gestos y sus palabras les parecía escandalosos, porque no veían que eran los mismos signos y palabras de amor del Dios de Israel. Le vieron entonces como un mago, un loco, un revolucionario, un blasfemo.

Así también, en los males que padecemos, no podemos caer en la misma tentación. No podemos pensar que Dios es cruel y que Jesús nos ha engañado: Dios nunca ha sido arbitrario en sus decisiones, no es cruel, su ley no es el castigo para sus fieles, ni quiere hacernos daño. Si algún daño padecemos, producido por nuestras acciones erradas, deben servirnos de corrección. Como un padre corrige a sus hijos dejando que se encuentren con las consecuencias de sus faltas, esperando con amor que enderecen su conducta. Porque igual que el padre corrige al hijo para educarle hacía un futuro más dichoso, Dios, nuestro Padre en Cristo, no quiere otra cosa que nuestra felicidad. La felicidad es la ley de Dios para los hombres no el infortunio. Lo importante, como veíamos ayer, es seguir confiando en el cuidado de Dios por nosotros.