Decía el matemático y filósofo Blaise Pascal que “el no tendría dudas de fe si hubiera visto con sus propios ojos los milagros de Jesús, como lo vieron los apóstoles”. A lo mejor, también nos pasa lo mismo. Pensamos en Jesucristo como un fósil del pasado, como un acontecimiento de la historia capaz de sorprendernos y hacernos tener fe, algo en lo que creer, pero simplemente del pasado, no de hoy.

Sin embargo, el autor de la carta a los Hebreos nos sorprende con esta tajante declaración: “Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre”. ¿Qué significa? Jesús no es un hecho del pasado, es una realidad presente. Es verdad que hoy no le tenemos encarnado en hombre, con figura humana como hace 2000 años… Es verdad que hoy no escuchamos cómo hablaba en arameo, ni su voz profunda. Es verdad que hoy no podemos mirar sus ojos de joven judío como ayer. Es verdad que hoy no podemos tocar su vestidura o rozar su piel oscurecida como lo hicieron entonces. Es verdad…

Pero él no se ha quedado como un personaje de historia. El se ha quedado vivo entre nosotros. Presente entre nosotros con toda su potencia. Así lo prometió: “Yo estaré con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Esta es la afirmación radical de la fe. Un cristiano verdadero tiene a Jesús Resucitado en medio de su vida. En medio de sus cosas cotidianas, “entre los pucheros” –que diría santa Teresa de Ávila-. En medio de otros cristianos a los que ama: “cada vez que dos o más estén reunidos en mi nombre allí estaré yo en medio de ellos”- así prometió el Señor-. En medio de su Iglesia hoy está Cristo. En medio de nuestros aconteceres está Cristo. En medio de los que se aman con el amor de Dios…está Cristo. En medio de los avatares de las cruces de cada día… está Cristo. Y allí habla de nuevo, confiesa de nuevo, perdona de nuevo, bautiza de nuevo, entrega su pan de nuevo, asiste a las bodas de nuevo, cura de nuevo los corazones destrozados, encuentra al perdido, alegra al triste, recobra la vida del vicioso, exorciza al poseído del demonio, restaura la salud del desahuciado, devuelve la esperanza al desesperado, y hace posible el amor y la paz entre los hombres…

Porque el poder de Dios no tiene fronteras en el tiempo. Tanto es así que hasta Herodes pensaba que Juan el Bautista había vuelto a la vida en la persona de Jesucristo. Él que no era una persona fiel a la creencia de sus mayores, pero no olvidó jamás esta verdad: Dios puede hacerse presente con toda su divinidad en cualquier momento de la historia. No se puede acabar con él.

Así se cumple en Cristo. Y lo hará siempre… “estará con nosotros hasta el fin del mundo”, nos lo prometió. Por eso, el mismo Jesucristo Hijo de Dios eterno, está presente hoy con la potencia de ayer, y lo estará siempre.