En las conversaciones con los amigos, en el trabajo, o en familia, es frecuente que aparezcan las expresiones: “¿y quién no quiere ser millonario?”, “si, la riqueza no da la felicidad, pero ayuda”, “todos valemos para ser ricos”, “los ricos si que viven bien”, etc. En la calle, la riqueza siempre es sinónimo de tener abundantes cosas materiales y abundante dinero. Quizás en tu vida sea así también. Casi todos soñamos con lo que haríamos si tuviéramos mucho dinero; es nuestro sueño o, quizás, para el que está leyendo, una realidad. También, nos justificamos en estos sueños con grandes proyectos solidarios y planes que derrochan generosidad. Eso esta muy bien y parece evangélico. Pero, ¿ya lo haces proporcionalmente con lo que tienes ahora?

Jesús quiere que profundicemos en esta actitud y que nos demos cuenta de la raíz del problema, que no es material, ni solo moral, sino espiritual. Esta historia del rico y de Lázaro es una ilustración de las bienaventuranzas. El reproche que se hace al rico no es del de tener muchas riquezas, sino el de no saber compartir lo que tiene con los más necesitados, incluso, perder la oportunidad de conversión al no haber escuchado ni a Moisés, ni a los profetas. Su pecado consiste en haber hecho de las riquezas su dios: la idolatría del dinero; ¿te suena algo en las afirmaciones de la gente?

En la sociedad de Jesús, éste es el problema de los fariseos como representantes de los que aman el dinero y pensaban justificarse ante Dios y ante los hombres mediante el cumplimiento estricto de la Ley ¿Cuántos no tenemos así en nuestras parroquias y movimientos?

No es el problema tener mucho dinero o riquezas (que, aparte, habría que analizar en conciencia el por qué y cómo se han obtenido), sino, que el hombre rico no tenía enraizada su vida en la palabra de Dios. De nada sirve lo que digan Moisés o los profetas, los milagros o que resucite un muerto, cuando no se ha acogido en el corazón la palabra de Dios. En esta línea nos enseña Jeremías en la primera lectura bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza, y lo repite el salmo de hoy.

No somos impíos y en nuestra vida, tanto en lo material, como en lo espiritual, tenemos que vivirlo cristianamente día a día, situación tras situación, elección tras elección, como hijos de Dios que somos. Confiamos en el Señor y su palabra es la que tiene que iluminar lo que decidimos y actuamos. Las consecuencias serán, en la justicia de Dios, las de Lázaro, las que señalan las lecturas de hoy.