La escena descrita en la parábola del evangelio de hoy no era desconocida para los oyentes de Jesús. Las familias de campesinos que tenían arrendadas las tierras a la élite de los latifundistas, apenas les quedaba para su sustento después de pagar a los dueños y los impuestos de los romanos. Esto provocó una gran inestabilidad social. Pero en esta escena los viñadores se atreven a matar al hijo del dueño. Esto era ir demasiado lejos.

Jesús expresa el presentimiento de un final trágico en su misión, semejante al de otros enviados por Dios. Es rechazado por Israel, el pueblo elegido, y el reino se le entregará a la Iglesia. Los viñadores son los jefes del pueblo y se obstinan en no dar los frutos a su tiempo. El dueño de la viña, Dios Padre, le resucitará y nacerá la Iglesia cristiana como respuesta a este rechazo. Aquí entendemos el envío de los discípulos a todos los pueblos con la misión de anunciar la buena noticia de la salvación entregándole el reino a este nuevo pueblo mesiánico.

José es también rechazado por sus hermanos por envidia a lo que Dios hace en él y tienen intención de matarlo. Pero el Señor no deja que fracase su plan de salvación y no permite la muerte de José. El salmo 104 invita a recordar que la mano de Dios acompaña a sus siervos y a su pueblo protegiéndoles y salvándoles.

Nosotros también somos discípulos de Jesús, miembros de la Iglesia, herederos del reino, y tenemos la misión de anunciarlo a todos nuestros coetáneos. Participamos en su plan salvífico y, observar las leyes y los mandamientos del Señor, es la manera de vivir este reino, que respalda este anuncio desde la coherencia de vida con nuestra fe. Además, debe nacer en nosotros como respuesta agradecida a la fidelidad histórica de Dios y a lo que ha hecho y hace por nosotros, aún en riesgo de perder la vida. ¿Te has planteado esto? ¿Lo vives así?