Sabemos muy bien la bondad de Dios para con nosotros, como es un Padre capaz de olvidar todo lo que hemos hecho contra Él. Quizás por propia experiencia o por lo que vemos en la parábola del evangelio de hoy. Pero, no todo el mundo es consciente de esto. Cuantos conocidos viven alejados de Dios, al margen, por los errores de su vida, por creer que Dios no quiere saber nada con ellos, por algo que hicieron o por lo que no han hecho. En el día a día, nos encontramos con muchas personas que sufren y quieren ser indiferentes ante la cuestión de la fe, porque creen que Dios les rechaza o les ha expulsado de su lado, les juzga y les condena.

Creo que hay mucha gente que prefiere creer que Dios no existe porque no soporta la culpa de sus malas acciones o no soporta aceptar que el camino que han elegido en su vida ha sido un error. La no existencia de quien lo sabe y tenía razón o la indeferencia ante la cuestión, puede ser una liberación momentánea, que les trae un pequeño alivio temporal a su carga. Es una lástima que estas personas no conozcan al Señor. Es terrible que se autodestierren a vivir en estas circunstancias de vida, como le paso a aquel hijo pródigo en el país lejano, hambrientos de sentido, de amor que les llene, de esperanza…

Estas personas necesitan nuestra misericordia y nuestra solicitud para salir a su encuentro. Yo he sido testigo de varios casos que buscan, deseosos de que alguien les comprenda y les perdone por sus errores, de que les mostremos el rostro misericordioso de Dios, un Padre que se adelanta, sin saber nada del cambio de actitud de su hijo y, lleno de emoción, le abraza y le perdona.

Mas, creo que parte de la culpa la tenemos los propios cristianos, porque en algunas ocasiones o circunstancias hemos mostrado lo contrario de lo que es nuestro Dios, le hemos ocultado detrás de un rigorismo humano, de una especie de clasismo de falsos perfectos. Nos hemos podido comportar como el hermano mayor de la parábola (que en ella representa a los escribas y fariseos). No comprende la bondad del Padre y no quiere participar de la alegría por la conversión del que se había perdido. Es la “justicia” estricta de los hombres, la que solemos aplicar. Esta no es la “justicia” de Dios. El es «compasivo y misericordioso» dice el salmo 102, se complace en ello, perdona el pecado, extingue nuestras culpas y arroja a lo hondo del mar todos nuestros delitos, dice la primera lectura.

Dejemos de juzgarnos a nosotros mismos y de juzgar a la gente. Contagiémonos de la alegría del Padre que muestra el evangelio. El estilo de vida de Jesús es el de la misericordia y el perdón. Los que se encuentran con Él, el de sentirse perdonados y agradecidos. Es Cuaresma, puedes cambiar, lo puedes intentar, prueba y verás.