imageJesús fue levantado sobre la tierra, lo cuenta hoy el Evangelio en boca del mismo Señor. Si no supiéramos la historia del Maestro, la frase bien pudiera ser el relato de la entronización de un gran rey. “El rey Fulano fue levantado sobre la tierra, y su imperio alcanzó hasta donde la vista se perdía”. Levantar es un verbo que usamos sin apenas acepciones, ya que parece tener un significado unívoco.

Al que se le iza, se le aúpa por grandeza o dignidad. Se zarandea al novio para darle la enhorabuena, los amigotes lo mantean en señal de alegría y lo lanzan a lo más alto porque por fin se ha comprometido con la mujer de su vida. El torero se coloca a hombros de un sufrido seguidor y se le saca de la plaza para que reciba el calor de los que se quedaron en la calle. Todos recordamos la imagen impresionante del Jerjes que Zack Snyder nos mostró en su películas “300”, sobre la batalla de persas y espartanos. Jerjes se mostraba en la cúspide de un trono móvil, bien arriba, los planos contrapicados amplificaban una altura que rozaba la cornisa de los cielos. Recuerdo un viaje que realicé a Angkor, la ciudad de los mil templos. El guía nos decía que las escaleras de acceso al lugar de la divinidad eran de una inaccesibilidad prohibitiva. Los dioses estaban arriba, tan arriba que nadie podía osar plantar un pie en el primer escalón.

Pero el Señor fue levantado sobre la tierra como un malhechor. La palabra “malhechor” es muy cómoda, el término es tan suave que parece quitar hierro a quien cumple condena. Pero el crucificado era un apestado social, formaba parte del círculo de los malos, de los que hay que echar de la ciudad de los bien pensantes, de la buena gente.

Pero sólo desde esa elevación, el Señor atrae a todo el género humano. Hay dos leyes de gravedad en el Universo, la de Newton y la cruz. Desde el instante en que Cristo es aupado al madero, empieza el reinado de un Dios que se pone a servir al hombre. Nadie es capaz de entender su realeza sino se ha hecho pequeño, “un servidor”, palabra que entusiasmaba a Jesús, “yo, que soy el primero, soy vuestro servidor”. Piensa, tú que lees estas palabras, que detrás de cada movimiento libre que realizas en la vida, hay una fuerza de atracción que viene de la cruz, de nuestro Rey mudo y doliente que tira de tu vida hacia sí, con lazos sutiles, para conducirte al servicio del hombre.