¿Qué contemplamos en la anunciación a María? Porque es también la encarnación del Verbo…es el anuncio a María y, en ella, a toda la descendencia de Eva. Es el anuncio de un Evangelio, es decir, de una buena noticia. Nada menos la noticia de que Dios vuelve a encontrar en María su delicia: “estar con los hijos de los hombres”. El hijo que nacerá de su seno será llamado Hijo de Dios y, al mismo tiempo, Emmanuel, “Dios con nosotros”.

Dos misterios se dan cita aquí: el de la nueva Eva que dice “sí” a ser morada de Dios, tierra de Dios, todo de Él; y el del nuevo Adán, que dice sí al hombre, que quiere ser su hermano, vivir con él y como él.

El misterio de la anunciación a María, el misterio de la Encarnación, siempre será demasiado grande como para intentar agotarlo, pero podemos atisbar algunos puntos de luz que bastan para iluminar toda nuestra vida. Contando con la colaboración de María, Dios vuelve a contar con el hombre para terminar de perfeccionar la creación. Este mundo es también obra nuestra y Dios quiere que le demos nuestra impronta humana como María dio su impronta humana a Cristo.

En María el hombre recobra su status de colaborador de Dios.

Pero además, Dios nos va a mostrar en Cristo cuál era su plan para nosotros antes de la caída en el Paraíso. Un plan que pasaba por la plenificación del hombre hasta la divinización. Por eso ya decía San Agustín que Dios había realizado en Cristo un admirable intercambio con el hombre, pues Él se había hecho hombre para que el hombre se hiciera Dios: «¡Oh admirable trueque, que para que Dios se haga hombre, los hombres hemos sido hecho dioses!».

Es normal que el Ángel salude a María con ese “alégrate” porque la noticia que va a darle es causa de la mayor alegría: “El Señor está contigo” ahora, porque estás llena del Espíritu Santo, pero es que el Señor quiere estar contigo, en cuanto imagen de la Iglesia, hasta el fin de los tiempos. No se si llegamos a comprender el alcance de las palabras del Ángel: “concebirás en tu vientre a Dios”…Recuerdo aquellas palabras del Deuteronomio 4,7: ¿hay acaso algún pueblo que tenga a sus dioses tan cerca como Israel tiene a su Dios cuando lo invoca? Pues tal grito de júbilo se queda corto comparado con esta afirmación: en tu seno, que será el seno de la Iglesia, concebirás a Dios. Dios se hace carne porque ama la carne del hombre, ama su historia y sus dificultades, porque es un Dios celoso y enamorado y quiere salvar a sus hijos. Y de ese modo acepta, no solo hacerse carne en el seno de María, sino en la misma Iglesia cada vez que se celebra la Santa Misa y el pan se convierte en la carne de Cristo y el vino en su sangre.

“Y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa ‘Dios con nosotros’”. Para siempre Dios con nuestras debilidades y retos, con nuestros planes y nuestros fracasos, con nuestras heridas y nuestras cicatrices. Que María nos enseñe a compartir esa alegría que sintió el día de la anunciación.