Aún resuena en nuestro interior el canto del Aleluya de la noche de Pascua, que se ha prolongado como en un solo día a lo largo de toda la octava. La resurrección de Jesucristo nos ha llenado de alegría y sabemos que ya participamos de una vida nueva, que es la suya, por el bautismo.

En el Evangelio leemos el diálogo de Jesús con Nicodemo, aquel maestro de la ley que había reconocido algo diferente, sobrenatural, en Cristo y por eso se había acercado a él. El Señor, entonces de manera enigmática le habló de un nuevo nacimiento. En las preguntas del maestro de la ley subyacía la inquietud por si era posible que algo nos transformara totalmente, si era posible liberarse del corsé de la vejez, que parece condena nuestra carne. Jesús le habla de un nuevo nacimiento. Nosotros, a la luz de la resurrección, comprendemos ahora que ese nuevo nacimiento es posible por el bautismo: que el Señor comunica verdaderamente una nueva vida a los que se adhieren a él por la fe.

Pensando en este evangelio me vienen a la memoria todas esas personas que se sienten atraídos por la Iglesia, que se interesan por las enseñanzas de Jesús, que merodean cerca de los cristianos interrogándose qué hay escondido en esas personas que los hace de alguna manera diferentes. Un día se advienen a recibir el bautismo y, entonces, su vida se ve transformada. No es algo del pasado. Hace poco leía en una página digital que unos 100.000 adultos recibían el bautismo por Pascua en los EE.UU.

¿Qué significa nacer de nuevo? El encuentro con Jesucristo y el don de Espíritu Santo nos ofrece posibilidades totalmente nuevas. A modo de ejemplo, en la primera lectura, se nos habla e la transformación que experimentaron los apóstoles. Pasaron de la valentía al miedo. Ciertamente confesar que Jesús era el Mesías les indisponía con muchos (aquí se habla de una conspiración en la que parecen haberse aliado todos: Herodes, Poncio Pilato, los gentiles, el pueblo de Israel). Pero mayor que todo ello es la fuerza que viene del Espíritu Santo. De ahí la valentía de los apóstoles, que son como arrastrados por el poder de la gracia.

Los impedimentos no vienen de fuera, pero pueden nacer del interior. En estos días, como hicimos en la noche de Pascua, que bueno es recordar nuestro bautismo y pensar en todo lo que Dios nos dio con él. Con el bautismo nacimos de nuevo; somos de la familia de los hijos de Dios. Con el bautismo nos hemos unido de una nueva manera a Jesucristo y tenemos la posibilidad de imitar su vida, de vivir a fondo las exigencias del evangelio. La valentía de los apóstoles nos estimula a ser radicales en la lucha contra el pecado que insiste en arraigar en nosotros.

Estos días de Pascua han de hacernos conscientes de que Jesús nos ha abierto el camino de la santidad y no hemos de temer seguirlo. Algo nuevo empezó para nosotros con el bautismo. Si hasta ahora no lo hemos vivido con plenitud, tenemos la oportunidad de volvernos de nuevo hacia el Señor y de pedir, como también hacen los apóstoles en la primera lectura. Con Cristo continuamente todo es nuevo y nuestra vida, ante Dios, experimenta cada día la novedad de su amor.