En la primera lectura escuchamos un consejo de Gamaliel. Frente a quienes querían prohibir totalmente el cristianismo en sus orígenes, este maestro de la ley dice: “si es cosa de Dios, no lograréis dispersarlos”. Cuando nosotros, a veintiún siglos de distancia leemos este texto nos preguntamos: ¿cuál es la razón de nuestra pervivencia? ¿qué nos mantiene aún unidos al evangelio? ¿qué permite que la caridad no se apague?

La respuesta para nosotros es clara: es el mismo Señor, presente en su Iglesia el autor de la realidad del cristianismo hoy. Nuestra fe es posible porque Jesús está vivo y es él el que nos sostiene. La misma historia de la Iglesia es la narración de esta permanencia de Jesús a lo largo de los siglos. Él ha acompañado a los que nos han precedido en el camino de la fe y Él es la razón de que nosotros hoy le confesemos como nuestro salvador.

La conciencia de la presencia de Jesús en la Iglesia cobra especial relieve ante el sacramento de la Eucaristía. El evangelio de hoy nos habla de ello a través del milagro de la multiplicación de los panes y los peces. Ese milagro anticipa, veladamente, la realidad de la Eucaristía. De hecho, nos ayuda a entender mejor el sacramento de la Eucaristía. Podemos decir que Jesús está presente en la Eucaristía porque, resucitado de entre los muertos, vive para siempre. Jesús, que ya no está sujeto a las leyes físicas de la corporalidad, puede multiplicarse por el mundo a través del sacramento de la Eucaristía sin dejar de ser uno. Y, desde este sacramento, comunica su nueva vida; se une a cada uno de nosotros para transformarnos con su amor.

De modo sumario, fijémonos en algunas de las enseñanzas del evangelio de hoy:

1.- El hambre de la multitud que sigue a Jesús nos habla del hambre espiritual que hay en el corazón de todo hombre. Tiene razón Felipe al preguntar “¿con qué compraremos pan para que coman éstos?”. No hay dinero para saciar el anhelo de felicidad del hombre. Es algo que nos tiene que ser dado por Dios. Jesucristo, gratuitamente, se nos ofrece como alimento.

2.- Frente a la tentación de apartar a los hombre de Cristo o de despedirlos a otros lugares para saciar su hambre, el Señor nos dice que hay que permanecer junto a él.

3.- Cristo incorpora a su Iglesia al misterio de comunicar su vida. El milagro de la Eucaristía es posible por la iniciativa gratuita del Señor, pero se realiza en la Iglesia. Ella custodia el milagro y vive a diario de él. A través de la Iglesia se sigue produciendo la comunión de Dios con el hombre. La Iglesia custodia el sacramento en todos sus aspectos, también en evitar que nada se pierda.

4.- En el modo de realizar el milagro se señala el vínculo entre la gracia de Dios, el amor que se nos da, y lo que esta produce: el amor al otro. El alimento de la Eucaristía nos enseña que igual que Jesús se une a nosotros también nosotros debemos vincularnos a los demás por el amor de caridad que nos llega desde el corazón de Cristo.