«Saulo es un instrumento elegido por mí». Esta revelación de Dios al piadoso Ananías de Damasco es la clave interpretativa de la excepcional llamada de Cristo a Saulo en su camino. Todos los cristianos hoy podemos identificarnos con Pablo y ser conscientes de esta doble verdad: si Cristo nos ha llamado a seguirle es una gracia inmerecida y Dios sabe de nuestra capacidad-utilidad para la extensión del Reino de Dios en el mundo. Por tanto nos fiamos de su plan y de nuestro papel en él.

Cuando vemos las corruptelas del occidente en el que vivimos, cuando nos aterroriza el mal que puede anidar en el corazón de las personas -incluido en un piloto de vuelo o en un chavalin de instituto-, cuando recordamos las inmensas estructuras de injusticia que mueven la economía o la sociedad,… podemos pensar que nosotros no podemos hacer nada. Y es verdad, por nosotros mismos es así;  pero como instrumentos en manos de Dios, aun en el anonimato, podemos ser hacedores de cambios sociales profundos.

Me acuerdo de aquel muchacho de Boston, que perteneciendo a una de las bandas más violentas de su ciudad, habiéndose convertido al catolicismo, intentó llevar un nuevo sentido de vivir tanto a sus antiguos compañeros como a sus rivales, y su muerte, significó la paz entre bandas y un nuevo tiempo de seguridad en las calles. Aquel muchacho consiguió ser alimento de vida para los demás. Y su secreto estaba en la nueva vida de la que se alimentaba él mismo en la Eucaristia. Si la potencia de Dios se encuentra en el pan que comemos… con esa potencia… ¿qué barrera no podremos saltar o romper? Si Dios ha hecho del pan su cuerpo, ¿qué no podrá hacer en este mundo a través de un corazón que le conoce, le tiene y le ama?