En este sábado, escuchamos a San Marcos como nos relata la última aparición de Jesús a los once apóstoles, antes de ascender a los cielos.

Podríamos decir que sería el evangelio de «las últimas voluntades» hacia los apóstoles. Y su última disposición siendo visible antes de desaparecer antes sus ojos es justamente eso: que ellos fueran la visibilidad de Dios ante todos los hombres. Dios por su potencia y magnitud infinita no puede aparecer
antes los hombres sin aplastarles. Nuestros sentidos explotarían ante su presencia, por eso los antiguos profetas decían que «ver a Dios era morir».  Por eso el salmo de hoy canta a Dios de esta manera: «¿quién sobre las nubes se compara a Dios?» Por eso, para hacerse visible el Hijo de Dios se autolimitó haciéndose hombre y así nos mostró la esencia de Dios, así inició el camino de la fe. Se propuso, pero no se impuso con la fuerza de su poder.
Cristo Resucitado y ascendido pide ésto: la gente deberá creer viendo vuestro rostro, oyendo vuestras palabras, observando vuestros signos (hablar lenguas,sanar enfermos…) Viendoos a vosotros tienen que creer que yo estoy ahí, que existo. Esta es la gran responsabilidad de los apóstoles, esto es la gracia y la tarea de  todos los cristianos.
Ser la imagen visible del Cristo invisible. ¡Qué importante misión! ¡Qué conversión exige! La fe se extenderá siempre con esta dinámica: creer o no creer en el testimonio visible y audible de otro semejante a mi.
La voz de Dios en Pedro nos alienta en las dificultades y en el desánimo si vemos que muchos no quieren creer:  sed sobrios y tened animo, y resistid ante las dificultades, porque si deseamos perseverar y resistir, disfrutaremos de su misma fuerza. Es el momento de acordarnos de todos esos momentos difíciles e imprevisibles, que nos hemos dado cuenta como hemos sacado fuerza de flaqueza y abandonándonos en Dios hemos podido sobrellevarlas de un modo incluso sorprendente para nosotros mismos.
Es así: el nunca falla, él siempre robustece a sus hijos.