Continuamos en este tiempo pascual leyendo el libro de los Hechos. En esta ocasión nos narra cómo se va configurando la Iglesia primitiva. Vemos la fuerza que empieza tener el mensaje del Evangelio entre los gentiles, en este caso, entre los helenistas de Antioquía. Los apóstoles están predicando en Evangelio por distintas regiones; el Espíritu Santo ha infundido en ellos el celo misionero por llegar a todos.

La novedad y la frescura del mensaje que anuncian prende en el corazón de aquellos que les escuchan y muchos son los que se les unen. El testimonio de vida de Bernabé, hombre de Dios, es clave para la conversión de los habitantes de Antioquía. ¿Qué nos enseña esto a nosotros para el momento presente?

Personalmente me siento interpelada por la fuerza misionera de estos primeros cristianos, creo que necesito y necesitamos recuperar esa llamada a la misión.

El Papa Francisco nos invita continuamente a salir a anunciar, salir a las periferias, así nos lo pide en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio). La Iglesia en el presente debe mirar a sus orígenes, y aprender mucho de los primeros cristianos. Es cierto que no estamos en un momento de convocar a masas, quizá no se nos tantos como los que se le unieron a Bernabé, pero no por eso debemos dejar de preguntarnos: ¿por qué nuestro anuncio no tiene la fuerza que el anuncio de estos primeros cristianos?

Las lecturas de hoy también nos dicen que el Evangelio arraiga en quienes menos esperamos. Fueron los helenistas, los paganos quienes acogieron con más fuerza el Evangelio, cuando Jesús era judío y se dirigió a los judíos. Vemos a Jesús afectado en el Templo ante la pregunta de los judíos: “¿Hasta cuando nos vas a tener en suspenso? Si eres tu el Hijo de Dios dínoslo francamente”. Jesús les contesta con sinceridad, de frente, cómo siempre lo hace: “Os lo he dicho y no creéis”. Jesús ha con palabras y con hechos, como dice la Dei Verbum: “El plan de revelación se realiza con hechos y palabras intrínsecamente unidas” (DV2). Sin embargo, los judíos se resisten a aceptar a Jesús como el Hijo de Dios.

Podríamos asombrarnos de la cerrazón de estos hermanos judíos y considerarnos mejores que ellos por haber acogido su mensaje y ser de las ovejas que escuchamos su voz. Sin embargo, nosotros no estamos libres de ser como ellos, no estamos libres de caer en esta actitud. ¿Acaso Europa, y en concreto España, no se encuentra en cerrada en muchas ocasiones al mensaje que Dios tiene para ella?

Jesús afirma con mucha serenidad que nada ni nadie nos puede arrebatar de las manos del Padre. Podríamos preguntarnos: ¿Cómo puede decir Jesús eso? La realidad parece constatar lo contrario; tanto mal, que vemos en el mundo, ¿le arrebata de sus manos de Buen Pastor las vidas de los hombres?

Seguimos en el tiempo pascual, celebrando el triunfo del bien sobre el mal, el triunfo de la vida sobre la muerte, por eso, porque la Resurrección ya ha sido verdad, el mal, por fuerte que nos parezca a veces, no puede arrebatarnos de las manos del Padre. Como dijo San Juan Pablo II, la misericordia de Dios ha puesto un límite al mal: “El límite impuesto al mal es en definitiva la divina misericordia” (Memoria e Identidad, pág. 70).

Gracias Señor por tu muerte que nos trajo la vida, gracias por tu Resurrección que es Buena Noticia y esperanza. Gracias por poder mirar en el presente los acontecimientos desde la luz de tu Resurrección.

Para la reflexión personal ¿Cómo experimento en mi vida hoy el triunfo de la Resurrección? ¿Dónde veo los signos de la Resurrección en el mundo, en la Iglesia?