Las lecturas de hoy nos hablan de la importancia de la acogida del enviado de Dios.

El libro de los Hechos nos narra cómo Pablo se dirige al pueblo judío, intenta explicarles que el Dios del Antiguo Testamento, es el mismo Dios que envió a Jesús para salvarnos en el Nuevo Testamento. Es asombroso el esfuerzo que hace Pablo para que el pueblo de Israel pueda acoger a Jesús como el Mesías, el enviado, el elegido. Si acogen a Jesús como Hijo de Dios, acogen al Padre. Por eso Pablo, en su discurso, pone el acento en la continuidad que existe entre en el Antiguo y Nuevo testamento, ya que Jesús es descendiente de David.

Tenemos la imagen de un Pablo orientado en su misión únicamente a los paganos, pero esto no es del todo cierto. Pablo, como judío, también tenía como objetivo acercar la salvación a los suyos y estaba convencido que Cristo era también para ellos. En su carta a los Romanos dedica tres capítulos (Rm 9 – 11) para hablar de la relación entre Israel y la Iglesia. Pablo cree que Israel entero se salvará, si una parte de Israel ha acogido el Evangelio, eso significa, que todo Israel lo acogerá. Es lo que conocemos en Pablo como la “teología del resto”, unida a la “teología de la semilla”.

La parte de Israel que ha acogido a Cristo (entre ellos se encuentra el mismo Pablo) es como la semilla del resto del pueblo de Israel, que lo acogerá más tarde. En el Evangelio de Juan aparece Jesús explicándoles a sus discípulos la importancia de la acogida: “si os reciben a vosotros me reciben a mí, y si me reciben a mí reciben al que me envió”. No es fácil la recepción de este tipo de mesianismo. Estas palabras Jesús se las dice a sus discípulos justo después de lavarles los pies, pero ¿qué Mesías es éste que se pone al servicio, a los pies de los suyos? Este gesto de Jesús rompió con todos los esquemas mentales de la época. El que lavaba era el esclavo y no el maestro. Jesús, a través de este gesto, les enseñó que la autoridad que él proponía era la del servicio y la entrega. Por eso, este tipo de liderazgo no era bien recibido, pues no era entendido. Jesús les explica que servir no es señal de debilidad sino de fortaleza y que no es más el criado que su amo. Jesús está hablando de una relación de igualdad, somos todos iguales ante Dios.

Jesús nos invita a colocarnos tu a tu, como hermanos ante Dios, ante Él no hay “superiores” ni “inferiores”. Cuánto nos cuesta en Iglesia acoger este mensaje de corresponsabilidad, de igualdad. El poder, el mandar, el figurar, es una tentación propia del ser humano, Jesús lo sabía, y cuándo hablaba a sus discípulos, hablaba a todos los que le íbamos a seguir. Este mensaje es actual, es para nosotros.

El Papa Francisco siempre nos llama a la humildad, a la fraternidad: “A los cristianos de todas las comunidades del mundo, quiero pediros especialmente un testimonio de comunión fraterna que se vuelva atractivo y resplandeciente. Qué todos puedan admirar cómo os cuidáis unos a otros, cómo os dais aliento mutuamente, cómo os acompañáis…¡Atención a la tentación de la envidia! ¡Estamos en la misma barca y vamos hacia el mismo puerto!” (Evangelii Gaudium nº 99). Nos recibirán y acogerán si nuestro testimonio es un testimonio de unidad y acogiéndonos a nosotros acogerán a Quién nos envía, Dios.

Vivamos la misión como servicio desde la humildad. Reflexionemos un momento sobre ello: ¿Lo vivo así o no? ¿Qué testimonios de hermanos y hermanas tengo cerca que me edifican?