Ayer celebré 23 años de sacerdocio –ni muchos ni pocos, los justos-, para que encomendéis a todos los sacerdotes de mi curso. Y también este fin de semana hemos comenzado las primeras Comuniones. 200 niños harán la Primera Comunión en la parroquia (exactamente 198, pero me gusta exagerar). Niños y niñas que por primera vez reciben el Cuerpo de Cristo y que, a pesar de que procuremos despistarles con todo tipo de regalos, trajes, envoltorios y fotos salen del templo acompañados por primera vez de manera sacramental de Jesucristo. Si lo pensásemos de verdad la tía abuela Segismunda en vez de darle un beso y un juego para la Wii debería hacer genuflexión. Si la tía abuela hiciera eso y el niño/niña tuviera una catequesis adecuada le diría a la Segismunda: “«Hombres, ¿qué hacéis? Nosotros somos mortales igual que vosotros; os predicamos el Evangelio, para que dejéis los dioses falsos y os convirtáis al Dios vivo que hizo el cielo, la tierra y el mar y todo lo que contienen”. Sin embargo después de comulgar somos lo más parecido a Dios en forma de hombre, es decir, a Cristo.

“El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él”. No sé si será una herejía, si lo es espero que pequeñita, pero en la Misa, a la vez que Cristo Eucaristía habita en nuestro interior también lo hace la Palabra que hemos escuchado (aunque no nos acordemos de ella muchas veces), con lo cual la historia de la Salvación se va haciendo nuestra historia. Puede parecer algo teórico o sin demasiada importancia, y sin embargo la tiene. Si la historia de Salvación de Dios con los hombres es algo que pasó, que leo en los libros de historia sagrada y punto, yo puedo adherirme a ella o no, conocerla o ignorarla y ese será mi problema y el de mi vecino (la tía abuela Segismunda no tiene problemas). Sin embargo si vivo dentro de la historia de la salvación participo de esa historia y la voy viviendo junto a Cristo, soy partícipe de esa historia, quiera o no quiera. Si alguien quiere vivir hoy como en el siglo IX podrá disfrazarse, tirar su teléfono móvil o celular (dependiendo dónde viva), volver a intentar vivir la cultura del truque y vivir sólo de lo cultiva…, quedará precioso pero vive en al siglo XXI, le guste o no. Si yo estoy viviendo la historia de la Salvación (no la revelación que acabó con la muerte del último Apóstol), significa que tengo que implicarme en esa historia y de mi depende que todo lo que ha dicho y hecho Jesucristo se vaya recordando y viviendo bajo la acción del Espíritu Santo hoy. No puedo mantenerme al margen como un simple espectador de la historia, participo de ella, vivo en ella. Por eso reconocemos a los falsos profetas que se anuncian a sí mismo y no la salvación que Cristo nos trae. Por eso nos implicamos activamente en la Evangelización de nuestras familias, nuestros barrios, nuestras ciudades y nuestro mundo. No esperamos que otros lo hagan como si fuéramos títeres en una historia a la que nadie nos ha invitado y nos zarandean de un lado a otro. Hoy Dios cuenta contigo para que le ames, te sientas amado y trasmitas ese amor en tu entorno con una vida que guarda los mandamientos de Dios.

Así que la próxima vez que comulgues, y en este mes de mayo de la mano de María es mucho más fácil, no salgas de la Iglesia a «tus cosas» pues tienes las cosas de Dios que hacer.