La amistad es, a mi entender, una de las cosas más importantes de la vida. Me duele mucho cuando metido en la refriega pastoral desatiendo a mis amigos y no saco tiempo para casi nada más que no sea la parroquia. Aunque cualquiera de mis auténticos amigos sabe que cuando quieran pueden contar conmigo, como yo he contado con ellos cuando ha sido realmente necesario. Recuerdo la bronca que me echó unos de mis mejores amigos cuando se entero –hace ya casi 20 años-, del fallecimiento de uno de mis hermanos. Yo no quería molestar, el ya no vivía en Madrid y no le llamé. Se enteró por otro, se presentó en el funeral y ni pésame ni frases hechas…, ¡me echó una bronca del doce por no haberle llamado! Se lo agradecí un montón después de darnos un abrazo. Con los amigos no pasa el tiempo ni cuando estás juntos ni cuando estás separado…, en unos minutos parece que te has visto anteayer aunque lleves meses sin cruzar palabra con él. Los amigos no disimulan, ni hacen falta grandes explicaciones y muchos menos excusas. Los amigos te quieren con tus defectos pues pesan mucho más tus virtudes. Con los amigos cualquier conversación va llevando hacia lo profundo del alma (aunque bastantes amigos míos no son especialmente católicos), pues se habla desde lo más profundo y allí siempre está Dios. Los amigos se alegran, ríen, lloran, sufren contigo. Tenemos que cuidar mucho la amistad y desechar los amiguetes. ¿Cómo no voy a emocionarme con el Evangelio de hoy?

«Este es mí mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado.

Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos.

Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.

Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.

No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.

De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.»

Vale la pena leerlo y releerlo mil veces. “Vosotros sois mis amigos.” Con sólo esa frase se puede rezar durante años. Y los amigos de mis amigos son mis amigos. Cuando algún amigo me pide un favor para un amigo suyo es como si se lo hiciera a él mismo. No conozco de nada a la otra persona, me basta saber que es amigo de mi amigo. ¡Jesús nos llama amigos! ¡Nos ha elegido como amigos! Piénsalo despacio. ¿Que te da pereza acercarte un día al Sagrario o ir a Misa un domingo? Vas a ver a tu amigo. ¿Qué hace años que no rezas no te acuerdas de que eres de Cristo? Tu amigo en unos segundos hará que te sientas como si nunca os hubierais separado. ¿No sabe cómo educar a tus hijos? Hazles caer en la cuenta que son amigos de Jesús. Un Dios (con mayúsculas), Amigo (con mayúsculas también). ¡Qué día para disfrutar una y mil veces del Evangelio de hoy! Saboréalo.

Llama a la puerta de la casa de Jesús, tu amigo, y te abrirá la Virgen para que puedas pasar un buen rato con ese amigo que nunca defrauda. Bendito mandamiento ser amigo de mi amigo y sus amigos.