El encuentro de San Pablo con estos discípulos en Éfeso no nos sorprende para nada. Son personas que se han quedado en el principio del camino en la fe. Habían recibido el bautismo de conversión, el primer paso, de Juan el Bautista, pero no habían recibido el kerigma, no conocían la fe en Jesucristo, ni habían recibido el bautismo cristiano. En definitiva, no tenían el Espíritu Santo, no conocían a Jesús: no conocían a Dios. Pero ellos querían creer y buscaban.

Así están la mayoría de las personas que conocemos. Lo preocupante es que también muchos de nuestros hermanos en la fe, que están bautizados, les pasa lo mismo. Muchos se quedaron en la catequesis que recibieron de pequeños para la primera comunión. Ahora que son adultos, buscan respuestas que necesitan para dar sentido a sus vidas y buscan creer en algo, en alguien, porque no han madurado en la fe que recibieron y la están perdiendo. Aunque nos parezca difícil de creer, todas estas personas nunca se han encontrado personalmente con el Señor. Por ello, no conocen a Cristo y ¿cómo pueden tener fe? Sus vidas no están transformadas, no han cambiado y no se diferencian en nada a la del resto de los mortales. Sabemos que ser discípulo de Jesucristo no consiste en tener un título, ponerse una pegatina, tener un conjunto de ideas, cumplir una serie de normas morales o seguir la inercia de costumbres o de otras personas.

Cuando estás en esta situación te parece muy difícil vivir la fe, te sientes alejado, excluido de la Iglesia, no sabes que hacer y tienes miedo a todo. Al final optas por dejarte llevar por los demás, sobre todo por lo que llamamos “el mundo”, la masa, la moda, lo políticamente correcto, lo que hace “todo el mundo”, intentando en el mejor de los casos hacerte una religión a tu medida. Esto provoca una incoherencia, una falta de sentido en la vida que desemboca en un vacío y una tristeza que poco a poco te desgasta y acaba con la belleza y la esperanza de tu existencia. ¿Quién puede vivir asi? Por ello, estas personas buscan salir de esta situación, salvarse, llenar el vacío, alguien que les ayude.

Jesús nos dice en el evangelio de hoy “yo he vencido al mundo”. Nos lo ha demostrado con su vida, con su resurrección. Si Él lo ha transformado todo en su existencia, en la de los apóstoles, en la de Pablo, en la de María y la de tantos y tantos, como no va a poder transformar tu vida. Es lo que les pasó a estos discípulos en Éfeso, cuando San Pablo les anuncia a Cristo resucitado, vivo y presente gracias al Espíritu Santo. Ellos dieron el siguiente paso y recibieron el Espíritu Santo mediante el bautismo cristiano que les cambió la vida. Ahora nadie les podía parar, ya no hay miedo, sus límites y debilidades ya no son un impedimento para nada, gracias al don de la fe en Cristo con la fuerza del Espíritu pueden vencer al mundo, acabar con sus obstáculos y barreras, hasta las de la comunicación entre las personas. Es el pequeño pentecostés que tiene que acontecer en todos nosotros.

¿Te encuentras en esta situación? ¿Recuerdas cuando te encontraste con Jesús?¿Qué vives? Todos estos años, ¿has seguido formándote cristianamente para madurar en tu fe? ¿Has recibido el sacramento de la Confirmación? Nunca debemos dejar de pedir que venga a nosotros y a nuestras comunidades el Espíritu Santo, de abrirnos y confiar para que actúe y nos transforme, así venceremos al mundo. En Él tú puedes; nadie te quitará la alegría, ni podrá impedir que seas feliz.