Seguimos con la oración de Jesús al Padre por todos nosotros, sus hijos. Ahora, pide el Señor por otro aspecto importante para nuestra vida y de la Iglesia: la unidad. La unidad es la única manera de ser fuertes ante las dificultades y es como se puede vencer al mal. Esta unidad no la creamos los hombres, nos la da Dios si permanecemos con Él. Cuando hacemos caso a su Palabra, le obedecemos, vivimos en la verdad y luchamos por ella, rompemos los muros que nos separan y evitamos lo que nos puede alejar y dividir. Al ser la Verdad una, como Dios es Uno, nosotros vamos siendo uno en la comunidad cristiana, en la Iglesia.

Pero, en la primera lectura, Pablo habla de lobos feroces que se meterán entre vosotros. Son las personas que siembran la discordia, la duda, la mentira, deformando la verdad, utilizando la fe para sus intereses egoístas, para que el mal se produzca en nuestras vidas: para que la Iglesia se divida. He sido testigo en varias ocasiones de esto en las parroquias y comunidades eclesiales. Pablo nos advierte que estemos alerta, que nos pongamos en manos de Dios y, de nuevo, que escuchemos y vivamos la Palabra con la que podemos construir la unidad. Que el amor sea una realidad de obras en nuestras vidas, no de meras palabras o intenciones. Los discípulos constantemente luchamos contra el mal, porque queremos e intentamos hacer el bien. Es muy importante ser conscientes que tenemos todas las de ganar, porque Jesucristo ha vencido al mal para mostrarnos cómo hacerlo nosotros; dice el salmo de hoy que el poder de Dios actúa a favor nuestro.

Es verdad que los católicos somos los que más luchamos por la unidad y damos ejemplo de unidad en el mundo, a pesar de nuestras debilidades y pecados. La unidad, como nota de la Iglesia, es imprescindible entre nosotros para poder llevar a cabo nuestra misión, la que el Señor ha encomendado a su Iglesia, para salvarnos. Y, además, es una consecuencia de vivir auténticamente nuestra fe. Por tanto, no podemos perder el tiempo en mediocridades y en dejarnos llevar por los enfrentamientos y divisiones humanas de este mundo, alentadas por los lobos, como si perteneciéramos a el. Tenemos que abrir los ojos, confiar, convertirnos, ceder y no dejar de construir espacios para alcanzar la unidad, para reparar y salvar las diferencias en nuestras comunidades cristianas, en nuestras diócesis.

Siendo realistas, no nacimos ayer, y llevamos toda la historia trabajando entre nosotros por la unidad. Hoy, en este pasaje del evangelio, la pide el Señor por nosotros, siendo consciente de todo lo que hemos hablado. Pero, sin la ayuda de Dios-Espíritu Santo no podremos alcanzarla aquellos a los que me has dado. No dejes de aportar tu granito, busca y vive la unidad.