No nos hemos parado a pensar lo increíble que era para los discípulos creer a unas mujeres que habían visto a unos ángeles o personas con vestiduras relucientes que les habían dicho que Jesús había resucitado. Lo que a ellas les costó creérselo, ya que lo que pensaban era que habían robado el cuerpo de Jesús. Es sólo cuando se encuentran personalmente con el Resucitado, cuando acaban convenciéndose; lo mismo les pasa a los discípulos de Emaus. Su escepticismo es lógico. Es un acontecimiento que escapa al control humano; rompe el molde de lo estrictamente histórico; no pueden aducirse pruebas que nos lleven a la evidencia racional. La resurrección de Jesús es aceptable únicamente desde la revelación sobrenatural.

Y así ocurre. Hoy celebramos Pentecostés. Jesús resucitado no solo se les aparece a los apóstoles, sino que les trae, tal y como lo había prometido, el Espíritu Santo que se derrama sobre ellos en abundancia y les transforma hasta acabar con su incredulidad y sus miedos. Es el Espíritu que da la paz, la fuerza y el consuelo del Señor. El Espíritu que va a impulsar sus vidas y hablara por sus bocas para que anuncien la Buena Noticia de la salvación. Es el que trae el perdón de los pecados que, en el nombre de Cristo vivo, van a impartir a todo el que se confiese arrepentido. Es la Iglesia naciente, obra de Dios para el mundo.

Empieza una nueva etapa de la acción de Dios, la definitiva en la historia de la salvación, relatada con una amplia escenografía por Lucas en los Hechos, primera lectura de hoy. Se inaugura la comunidad de los salvados que hacen presente y visible la presencia divina en el mundo. A esta perteneces tú o puedes pertenecer ¿Has pensado detenidamente esto?

El Espíritu constituye al grupo de los discípulos en testigos ante todos los pueblos porque la salvación no tiene fronteras, todos estamos destinados a ella, la deseamos, tenemos la posibilidad de ella y es una realidad presente. Por ello, la salvación es entendida por todos, cada uno en su lengua. Así sucede en nosotros; somos testigos que vivimos como y llevamos la salvación a los demás, gracias al Espíritu que dejamos habitar en nosotros ¿Le dejas? ¿Lo pides? ¿Te cuidas para no echarlo?

En este contexto, es muy importante la dimensión comunitaria que se refleja en los pasajes de las lecturas de hoy. Un grupo recibe el Espíritu; un grupo lo anuncia y crea, a su vez, una comunidad de convertidos; un grupo hemos sido bautizados y hay diversidad de miembros y ministerios. Este grupo es la Iglesia, nuevo Israel que se hace misionero al recibir el don del Espíritu Santo y que forma un solo cuerpo con muchos miembros. Nadie puede vivir su fe apartado de este “cuerpo” sin la acción del Espíritu en su vida. Así lo quiere Dios y así nos lo muestra el Señor en su Palabra, en la historia de tantas personas.

El Espíritu permanece derramándose y actuando en las personas sólo en el seno de la comunidad eclesial, como les pasa a los apóstoles y a los discípulos. No funciona y no te salva mantener que “yo creo en Dios pero no en la Iglesia” porque te excluyes y te apartas de la gracia salvífica, del Señor que te salva. El individualismo, la soberbia o el egoísmo lo único que hacen es acabar con la fe, acabar con la persona, acabar con la vida. Con la meditación de la secuencia que hoy se nos proclama en la liturgia, pidamos y bebamos del mismo Espíritu que sigue actuando en la comunidad cristiana, en la Iglesia y no seamos testarudos en planteamientos que no son de Dios.