Sigue el Señor con el anuncio de su noticia que es buena y nueva. Así es como nos presenta el capítulo 5 de San Mateo uno de los puntos cruciales del sermón de la montaña o el sermón de la Buena Nueva.

Hoy Jesús nos levanta la mirada hacia Dios… En el fondo de este Evangelio esta la novedad de la medida del amor que no es otra que la misma medida de Cristo. Jesús no sólo nos invita a amarnos unos a otros. Nos invita a hacerlo como lo hace Él. Nos introduce en su misma vida para hacernos semejantes a Él.

Se trata de palabras dirigidas a sus discípulos: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos”. Conviene, por tanto, preguntarse hoy: ¿Yo soy discípulo de Jesús? Entonces esas palabras son para mí. ¡Sí! Jesús te dice a ti hoy: Se perfecto como mi Padre celestial es perfecto.

¿Es posible esto? ¿O es una utopía? Lo primero que tendríamos que hacer es preguntarnos en qué consiste la perfección. ¿Qué significa ser perfecto? Detrás de estás palabras de Jesús, que podríamos definir como el último de su mandamientos, de este capítulo del Evangelio de Mateo subyace el texto del libro del Levítico: “Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestros Dios, soy santo” (Lv 19,2). Pero Jesús le da un sentido nuevo. Este mandamiento de la ley Mosaica se refería a la santidad que se necesitaba para celebrar el culto. En el fondo se trataba de una purificación externa. Jesús en cambio se refiere a la pureza del corazón decisiva que consiste en la ley nueva: la del amor. ¿Dónde esta, por tanto, la santidad? En el cumplimiento del mandamiento del amor, en amar al modo de Jesús. ¡Él sí que ama al enemigo y reza por los que le persiguen! En el fondo se nos está presentando Él como el Camino, la Verdad y la Vida.

Este es el deseo más profundo de Jesús. Así lo dice San Pablo a los cristianos de Tesalónica: Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1Ts 4, 3). En la línea de lo que decía el evangelio de ayer se trata entrar en la lógica de Cristo que no es otra que la de la entrega.

Recuerdo una frase que me impresionó mucho hace unos años al entrar en la Cartuja de Porta Coeli de Valencia. Allí los cartujos tenían puesta la siguiente frase: Mucho no servirá de nada en esta entrega. ¡Ha de ser todo! Nuestro Dios no es el Dios del mucho sino el Dios del todo. Precisamente esas fueron las últimas palabras de Jesús en la Cruz: Consummatum est (¡Todo lo he cumplido!).

Que María, que escuchó esta última palabra de labios de Jesús, nos ayude a imitar al Señor en su entrega y así ser santos como nuestro Padre Celestial es santo.